Existen innumerables ejemplos de películas mutiladas por la censura. El color de la granada es uno de ellos. Sergei Parajanov logró sacar adelante su guión en 1966, en plena apertura del régimen soviético. Tuvo tiempo para desarrollar una ambiciosa idea que le rondaba la cabeza desde hacía mucho tiempo: rendir homenaje cinematográfico a Sayat Nova, uno de los más grandes poetas de la historia de Armenia. Parajanov había nacido en Georgia en 1924, pero sus padres eran armenios. Siempre tuvo una vinculación muy fuerte con esa tierra…
Pero, ¿quién es Sergei Parajanov? Dicen de él que está entre los diez mejores directores de la historia del cine. Como siempre que se hace una lista de este tipo, surgen opiniones divergentes. Lo que sí podemos asegurar es que este cineasta es uno de los más originales de la joven historia del séptimo arte. Como aciertan muchos críticos a señalar, su estilo es inconfundible, como lo es el de Fellini, Kurosawa, Bergman o su amigo Tarkovski. Pero al contrario que los nombres anteriormente citados, su cine aun no está lo suficientemente reivindicado.
El joven Parajanov tuvo una fuerte vocación artística fomentada también por su familia. Música, literatura, arte… Hasta que conoció el cine y se volcó con él. En los años 50, firmó sus primeros trabajos, pero no sería hasta 1964 cuando entregaría su primera obra importante y de la que él mismo se sintió orgulloso: Los corceles de fuego.
…Y volvemos a 1966. Durante dos años Parajanov trabaja con ardor en una obra trascendental para su vida. El poeta medieval Sayat Nova ocupa un lugar muy importante en Armenia, pero también en Georgia y Azerbaiyán. El cineasta de origen armenio no concibe una obra biográfica al uso. Ya lo había apuntado en su cinta anterior. Su estilo es profundamente simbólico, lírico y alejado de convencionalismos narrativos. Se emparenta más con los tableau vivant del cine mudo que con la estética contemporánea. Parajanov construye su propio estilo mientras se enfrenta a una de las aportaciones más originales de la historia del cine.
Pero en 1968, con la película terminada, el régimen soviético se endurece. Los tanques habían salido en Praga y soplaban vientos represivos. De nuevo. “¿Quién demonios aprobó este guión?”, se preguntan en Goskino (el Comité Estatal para la Cinematografía de la URSS). Una vez vista la película, los responsables del Comité la rechazan: demasiado erotismo, espiritualidad y simbolismo.
Como le pasó a Tarkovski con varias de sus cintas, El color de la granada no fue comprendida. Pero a Parajanov le sucedió algo peor que a su colega. Sergei Yutkevich se encargó del montaje en contra de la opinión del autor, hasta tal punto que el propio Parajanov se desentiende del resultado final. Un drama que se hizo mayor cuando el cineasta terminó en la cárcel durante cuatro años. Pasaron más de 15 años hasta que el director de origen armenio pudo volver a trabajar.
Pero a pesar de la labor de la censura, El color de la granada (o Sayat Nova, como se iba a llamar originalmente) sigue siendo una de las aportaciones más sensuales, poéticas e intensas de la historia del cine. Además, gracias a la labor de Levon Grygorian, antiguo colaborador de Parajanov, se ha recuperado parte del metraje perdido que, bajo el título Recuerdos de El color de la granada, aporta luz sobre el gran proyecto del cineasta nacido en Tiflis.
La propia introducción de la película nos avisa: no es una biografía al uso. Parajanov se inspira en los poemas de Sayat Nova para construir un relato poético que se inicia con la niñez del artista. Es en ese instante cuando aparece la doble vertiente por la que transitará su vida: la espiritualidad y la sensualidad, los placeres de la carne y el abandono ascético.
Un increíble trabajo de vestuario, puesta en escena y milimétrico diseño que acompaña toda la película. Un festival de colores y un constante juego visual e intelectual lleno de símbolos y acertijos que conquistan los sentidos y el espíritu del espectador. Una obra cumbre indicada para los aficionados al cine más inquietos.