Crítica: “Traición (Betrayal)”

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Creemos que el cine europeo de autor sigue siendo el lugar en el que encontrar los mayores aportes de originalidad de la cinematografía actual. Tal vez el oriental viva una mayor efervescencia, pero el cine del Viejo Continente nos resulta, generalmente, más cercano en estilo y temáticas. Pero Traición es una película rusa. Y Rusia siempre ha tenido un pie aquí y otro allá.

Este país vive un momento de expansión económica que se aprecia en todos los frentes. En el cine, también. Pretenden crear una industria poderosa que suministre novedades a todos los públicos, desde películas juveniles y/o comerciales en la tradición hollywoodiense hasta cine de autor para colocar en festivales. Que se sepa que en Rusia saben mucho de séptimo arte. Los veteranos Mikhalkov o Sokurov encarnan el cine surgido en la Unión Soviética que se adaptó a la nueva realidad socio-económica. Son el enlace con Tarkovski, especialmente el segundo. Y atrás queda la leyenda de los creadores de la etapa muda, como Eisenstein. Total, que en Rusia tienen un gran pasado, presente (y futuro) cinematográfico.

Por eso a la hora de visionar una cinta como Traición nos ponemos nuestras mejores galas dispuestos a disfrutar de dos horas de cine con mayúsculas. Trascurridos los 120 minutos, tenemos la corbata desanudada, la americana fuera y estamos un poco despeinados. Traición es una película sugerente, poderosa, turbia, pero también irregular y un poco embustera. No es, ni mucho menos, una película redonda, pero creemos que pesan más las facetas positivas que las negativas.

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La historia se abre con la llegada de un hombre a una consulta de una bella doctora para hacerse un chequeo. La doctora sorprende al paciente con una extraña revelación. El hombre sin nombre (al igual que ella) abandona la consulta aturdido. La relación entre ambos desconocidos pasará a ser muy estrecha.

El planteamiento de la trama es seductor. Pronto empezamos a notar una cierta turbiedad en la estética y los sucesos que se narran. El ambiente frío y solitario es la combinación perfecta para esta historia. Y entonces se produce una muerte violenta. ¿Accidente o asesinato? Demasiadas coincidencias. Una peculiar detective estudia el caso, hasta que decide dejar de hacerlo. Luego, la echamos de menos.

Traición habla de obsesión, de celos, de adulterio. Pero también de disfunción, de traumas velados, de inadaptación social. De personas trastornadas a punto de explotar. Y del fracaso de las relaciones de pareja tradicionales, caldo de cultivo de muchos de los más comunes traumas de la actualidad. Es posible que la pareja protagonista de esta película no se soportasen si fuesen marido y mujer. Pero no lo son. Ni ganas.

Esta es la tercera película de Kirill Serebrennikov. Su ópera prima fue premiada como mejor película en el Festival de Roma de 2006. Y Traición formó parte de la Sección Oficial del Festival de Venecia del año pasado. Serebrennikov es uno de los representantes del joven cine de autor ruso junto a nombres como Zviaguintsev, que con El Regreso facturó una de las mejores películas de su país en la última década. ¿Puede estar contento Serebrennikov con su tercera película? A medias.

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Traición ofrece una serie de elementos sugestivos, pero la última parte de la película camina a tientas, sin saber muy bien hacia dónde ir. Ya ha planteado la cuestión, ya nos ha enturbiado un poco el cerebro. Pero no consigue resolver la historia con eficacia, a pesar de alguna solución narrativa extravagante y original.

Seguimos obnubilados a la actriz Franziska Petri, maldecimos a la que interrumpe (otra vez) el último encuentro de los protagonistas en la consulta, pero la sustancia ya se agotó y solo queda la forma, muy bella, sí, pero insuficiente. Y vemos desaparecer a Petri en unas escaleras hacia a la luz y creemos que Serebrennikov no ha sido capaz de convertir en gol una buena jugada.

Lo Mejor: Su tono turbio y seductor, tanto a nivel narrativo como estético. Algunas extravagantes soluciones narrativas.

Lo Peor: La película parece en su fase final un juego de trileros, pero el director no sabe dónde tiene la bolita. Y el espectador pierde la ilusión del juego.

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