Los protagonisatas de esa magnífica e infravalorada cinta de Woody Allen llamada “Melinda & Melinda” se sentaban a debatir sobre si la vida tenía un trasfondo cómico o dramático. Si Michael Haneke hubiese estado presente alrededor de aquella mesa no cabe duda de que apostaría por esa visión trágica de la existencia humana. Seguramente el director y guionista austriaco convencería a todos con una sencilla reflexión como que “la vida es una historia donde el protagonista siempre muere”. Nadie se atrevería a rebatir tan irrefutable argumento. El debate caería de su lado. La mayoría de los presentes volverían a sus casas con un aire levemente taciturno dado el baño de realidad sufrido, pero algún inconsciente seguramente se habría atrevido a mirar a los ojos de Haneke, chocandose se lleno con la oscuridad. Esos insensatos caminarían hacia sus casas sobrecogidos por lo turbador de la visión.
¿Cómo recuperarse cuando has visto la desolación que es la mera exstencia?¿Cómo enfrentarse al mundo miserable e implacable que centelleaba en la mirada del director? Solo el tiempo puede curar esos sentimientos. Solo el paso de los días es capaz de devolvernos la fe en una vida que ya siempre observaremos con recelo. Eso es el cine de Haneke. Mucho tiempo llevamos preguntándonos por qué. “Michael H. De profesión: director” trata de ofrecernos alguna respuesta a esa pregunta. El estilo sombrío del director austriaco lleva décadas golpeando como una maza a los espectadores que acuden a las salas donde se proyectan sus películas. “Michael H.” nos muestra el proceso creativo que lleva a un hombre de carcajada sonora y toscas maneras a desarrollar tan crudos retratos de la realidad. Tomando como punto de partida el rodaje de “Amour”, el viaje que se nos ofrece no es apto para “amateurs”.
De una manera aséptica, como si de un “making of” se tratase, el documental pasea por los platós de las más emblemáticas obras del director, mostrandonos a un hombre de metodología poco ortodoxa, absolutamente obsesionado con la realidad, por cruda que esta sea. No hay lugar a concesiones.Como aquel Roberto Rossellini de “Alemania: año cero”, Haneke invita al espectador a pasear entre escombros. Solo existen tres reglas: verdad, verdad y verdad. Para conseguir alcanzarla se hace cualquier cosa que sea necesaria.
Pensarán ustedes que el documental en cuestión es un vehículo para rascarle la barriga a un director de ego desproporcionado. Están en lo cierto, pero no se creanque existen objetivos propagandísticos o busqueda de dulcificación de la figur a de Haneke. De hecho, el director austriaco se muestra en varios momentos frío e incluso grosero. Seguramente estos sean los momentos más interesantes de la obra, ya que es donde alcanzamos a ver al hombre capaz de imaginar “Código desconocido”, “Funny Games” o “La cinta blanca”.
Fenómeno, visionario, monstruo, ogro, tirano… muchos son los calificativos que se le han intentado poner a Michael Haneke. Probablemente ninguno de ellos sea correcto o puede que todos sean ciertos. En cualquier caso, guste o no, nadie puede discutir que Haneke es uno de esos individuos con los que se rompió el molde. El “alegre director sombrío” es puro talento.