Después de “Tesis sobre un homicidio“, me daba un poco de reparo enfrentarme a otra película de Ricardo Darín. No sabía cómo de contenido e intenso me lo iba a encontrar en “Séptimo“. De la historia sabía poco. Sabía que Belén Rueda era su ex mujer y que sus niños desaparecían, pero no cuándo, cómo o por qué. De la promoción sólo vi, por suerte, la absurda broma que se ejecutó en el Hormiguero. Y aún así, con todo en contra, me aventuré a verla. No fue una elección concienzuda ni reflexionada: en realidad, fui al cine de la ciudad como vía de escape y era ésta o “Plan en las Vegas”. El azar y un mínimo deseo de descarte determinó que mi película para la tarde debía ser “Séptimo”, así que no me resistí.
Qué gran comienzo. No esperaba mucho de la película, pero el inicio, reconozco, me impresionó. Ricardo Darín haciendo de abogado ganador, cómo no. Está en trámites de separación y con ganas de “coger” con la secretaria guapa, pero eso no quita que, aunque tenga que ocuparse de un caso importante, sea un padre abnegado. No podía ese día delegar la responsabilidad en una niñera o en la madre. No. Tenemos que ver lo buen padre (un poco pelotudo, se si me permite) que es. Está bien, las circunstancias no ayudan al guión, pero se le hace la concesión porque estamos demasiado al principio como para empezar a quejarnos.
Vale, bien. Seguimos. Belén Rueda quiere llevarse a los chicos a España donde, dice, van a estar mejor. Su padre es un hombre de dinero por lo que se deja entrever, así que los recortes de Rajoy y cia. no le van a afectar. De acuerdo. Le pide a su ex que le firme unos papeles del divorcio y le deja encargado llevar a los chicos a la escuela. Antes de marcharse, le dice que no rete a los niños a una carrera y él, por supuesto, desobedece: aquí es cuando la película ya cobra un matiz más interesante porque los pequeños desaparecen sin salir del edificio. Ellos bajan por la escalera y el padre en el ascensor, pero cuando llega a la entrada ya no se oyen los correteos de los críos o sus risas apuradas. Nada. Se han desvanecido.
¿Cómo puede haber pasado? Alguien los tiene en su piso. Aquí es cuando se abren todas las vías de investigación: ¿el vecino del quinto, ese que tiene pintas raras y odia los gritos de los niños? ¿La canguro obsesionada? ¿El comisario que debe resolver unos asuntos de guita? ¿Se ha compinchado el portero para sacarlos del edificio por el garaje? ¿Salieron a la calle en un descuido?
Las posibilidades se diversifican a cada minuto que pasa y lo cierto es que se nota la tensión y la desesperación. Ricardo Darín está sólido (más que en “Tesis sobre un homicidio” al menos) y se ve cómo se desmorona, cómo se cuestiona en quién confiar. Hay un momento en que su mirada cambia radicalmente de la sospecha a la furia incontenible y está muy bien reflejado. El problema es que la mayoría de opciones se cierran tan pronto como se abren y no se deja disfrutar el sabor de la incertidumbre. Además, no hay ninguna pista para que el espectador pueda resolver el caso y sentirse más o menos inteligente; no hay nada y cuando no se puede rastrear, la solución es de lo más insultantemente obvia.
Así me he sentido: insultado. Es terrible que una película con un buen principio y un desarrollo bastante acertado se desplome de manera tan flagrante. El guión corre a cuenta de Patxi Amezcua, que también es el director, y de Alejo Flah. ¿No han visto suficientes thrillers como para saber qué es lo que va mal y en qué se tienen que desmarcar? ¿No han leído suficientes historias del género para empaparse de lo mejor de ellas? Dejo las preguntas sin contestar, pero todos los que hayan visto “Séptimo” ya saben la respuesta.
También deberían darle un repaso a la edición. Algunas transiciones son muy descaradas y rompen con el ambiente logrado en escenas anteriores. Como contrapartida, sin embargo, nos obsequian con unas bonitas vistas aéreas de Buenos Aires. Eh, que menos da una piedra.