Amo mi vagina
Nymphomaniac es una comedia. Una buena comedia. Contiene su faceta de drama agresivo, un alto contenido sexual y una cierta reflexión intelectual, pero… es una comedia. Y si no lo fuera, si Lars von Trier hubiese planteado su película para ser tomada en serio, desde el principio hasta al final, la perspectiva cambiaría. En ese caso, Nymphomaniac sería la obra de un cineasta enfermo, traumatizado por su incapacidad para alcanzar a sus ídolos y por sus taras intelectuales.
Sería el testimonio de un creador desnortado, que combina conceptos filosóficos, religiosos, musicales (y un poco de pesca) sin ningún criterio, como quien hace por primera vez un puré de verduras y pone en la cazuela todo lo que ha ido recolectando en el supermercado. A ver que sale. Total, soy Lars von Trier, hago lo que me da la gana. Aunque no tenga ni puta idea de lo que hablo.
Pero no. Nymphomaniac es una película cínica. Queremos creer que lo es. Y así, de hecho, creemos que lo plantea su director, como un juego para el espectador, como un pasatiempo disfrazado de cuento intelectual para el espectador con gafas de pasta y mano en barbilla. Por eso nos gusta. Porque Lars von Trier ha vuelto a reírse del espectador. Y de sí mismo, que es lo más importante. Y lo más sano. Como hizo con Epidemic, aquel experimento descerebrado que siguió a su notable ópera prima, El elemento del crimen. El director parece haber aparcado esa costumbre tan suya (y tan común) de querer parecer más intelectual, culto y perspicaz de lo que realmente se es. El postureo (intelectual) que lo llaman ahora.
Por suerte y para beneficio de la película, buena parte de Nymphomaniac es puro cachondeo. Y, de paso, pretende ponernos cachondos. La historia de la ninfómana Joe, que se cogía a 10 hombres todas las noches, que fue desvirgada con un 3+5, que descubrió tarde que el amor es el ingrediente secreto para el sexo. Joe, la jovencita que competía con su amiga en un tren, que lubricó con la muerte de su padre. Nymphomaniac, la que no sentía nada, la que encontró el orgasmo, de nuevo, con un flagellum taxillatum, al estilo bíblico.
Quiero que folles todos mis agujeros
Tras una extraña introducción, en la que no vemos pero oímos, Joe aparece tirada en el suelo del callejón más turbio del planeta. Seligman (Stellan Skarsgard) recoge al personaje de Charlotte Gainsbourg que esa noche será Sherezade. Nos contará la historia de su vida, por capítulos, penetrando en los oídos vírgenes de Seligman. Un recurso narrativo clásico y eficaz que contribuye a organizar la historia. La habitación tarkovskiana de Seligman es el refugio del espectador que mira a través de los ojos de este personaje, tratando de construir un relato lógico, intentando moldear el discurso de la película. Pero pronto desfruncimos el ceño. Comienzan las analogías. El sexo interpretado como armonía musical, como pesca fluvial y cualquier otro ingrediente que Lars tomó aquel día de su nevera. Y empezamos a sonreír.
Las conclusiones filosóficas que Seligman obtiene de los episodios narrados por Joe son una combinación de candidez, desquicio y sentido del humor. No cabía otro final para Seligman. El desenlace es la confirmación del tono de la película. La última frase que, por supuesto, no reproduciremos, es la que probablemente cualquiera hubiese pronunciado en su misma situación…
Pero Nymphomaniac, además, ofrece cuatro o cinco escenas de gran potencial y con valor independiente. La protagonizada por Uma Thurman recuerda al Bergman más incisivo. Porque no todo en esta película es fuego de artificio, también hay pistolas cargadas de malicia, de lucidez. La de los negros, por su parte, es comedia delirante. Y podríamos seguir, pero 4 horas de película dan para mucho…
La promoción de Nymphomaniac, urdida por un Lars von Trier cada vez más interesado en la provocación y la tomadura de pelo, incidió en la parte sexual o pornográfica de la cinta. Sí, en la cinta hay penes y vaginas, están casi todo el metraje cubriendo. Hay un poco de todo: pedofilia, sadomasoquismo, tríos, lesbianismo, lluvias doradas… Pero a estas alturas pretender provocar con una película de contenido sexual es complicado. Lo que se pretendía durante la promoción, repitiendo una y otra vez “porno”, era vender. Vendernos la historia. Ponernos el caramelo. Porque el sexo ya no provoca, pero sigue excitando al personal… Eso es inevitable. Y Lars lo sabe.
Nymphomaniac también tiene sus deficiencias. Algunas expuestas más arriba. También cabría decir que el director danés no es un guionista muy capacitado. Algunos diálogos, situaciones y personajes están mal planteados. El talento visual y el narrativo no siempre van de la mano, aunque muchos autores consideren que ambas competencias vienen en el mismo lote. Su adorado Tarkovski tampoco fue un guionista de primer nivel. La diferencia es que el ruso suplía las carencias con la palabra y el diálogo con su genialidad visual. Lars, a pesar de sus esfuerzos, aun está lejos de su maestro. Aunque tiene algo que no poseía el ruso, o al menos que no mostraba en sus películas: sentido del humor.
Y ese es, ni más ni menos, el mayor hallazgo de Nymphomaniac: su sentido del humor.
Lo Mejor: El tono cínico y travieso que da coherencia a la película. Divertida, excitante, incisiva… por momentos.
Lo Peor: Por momentos, también, un poco ridícula. Algunos diálogos, situaciones y personajes no están bien planteados. Bueno… Charlotte Gainsbourg no se parece a Stacey Martin, ¿o qué?
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