Cosas que odio con todas mis fuerzas:
-Que alguien diga que su principal defecto es ser cabezota. (En realidad, con esa frase te está contando como mínimo, uno de sus defectos, que es un mentiroso).
-Que alguien siempre diga que no tiene tiempo.
No me das pena, Irene. No empatizo contigo, lo siento. Y por lo tanto, la película fracasa. No siento que el personaje tenga nada que ver conmigo. Y no hablo de su trabajo, ni de su estilo de vida. Puedo empatizar con un mafioso o un francotirador, si los conflictos de esos personajes me resultan atractivos, interesantes o cercanos. Entiendo a Irene, comprendo perfectamente lo que le pasa, pero no me conmueve. Incluso diría más: te jodes, Irene. Tú te lo has buscado.
Todo esto me recuerda al asunto de la pirámide de Maslow, esa teoría psicológica sobre las jerarquías de las necesidades humanas que tanta influencia ha tenido en el ámbito laboral, y en el marketing y la publicidad. Y que tanto daño ha hecho… Según esta pirámide las primeras necesidades que un ser humano ha de cubrir son las fisiológicas: respirar, comer, beber, etc. OK, hasta ahí bien.
Luego se inicia una ascensión que pasa por la seguridad, la afiliación, el reconocimiento y la autorrealización. Si no se completa cada paso, no se puede avanzar al siguiente o algo así. Y además, esta pirámide está estructurada como compartimentos estancos sin aparente relación entre sí.
Esta teoría comete, por lo menos, un error fundamental: creer que todos los seres humanos somos igual de imbéciles, que todos tenemos los mismo objetivos, y que todos tenemos las mismas necesidades y en el mismo orden. Que somos iguales, vaya. Es posible que todos seamos imbéciles, sí, pero nuestra imbecilidad se muestra en diferentes aspectos.
¿Y si la autorrealización de una persona pasa por la afiliación? ¿Y si una persona siente la necesidad de autorrealizarse justo en el instante en que empieza a respirar, por decirlo de algún modo? ¿O solo se puede trascender una vez que tienes casa, coche, jardín y perro? No sé si me estoy explicando bien… da igual. Volvamos a Viajo sola.
Irene, mira, escúchame. Viajas sola porque te da la gana, estás sola porque quieres y no tienes tiempo porque no quieres tenerlo. Así que no me vengas ahora con la crisis de los 40 y todo eso. ¿Tu mejor amigo va a tener un hijo y temes que se separe de ti? ¿Tus sobrinas no te quieren porque no pasas suficiente tiempo con ellas? Te jodes, guapa. A buenas horas… A buenas horas, mangas verdes; quien siembra vientos, recoge tempestades; o follamos todos, o la puta al río. No, este último refrán se coló, no es válido para este caso.
Irene, esto te pasa por confundir independencia con soledad y éxito laboral con autorrealización. En el mundo de hoy, las Irenes e Irenos se reproducen por esporas. Para ellos, solo existe una motivación en el mundo, que es ellos mismos y su éxito (laboral, claro, no existe otro éxito ni triunfo que ese). Nunca tienen tiempo, siempre llegan tarde y no saben hablar de otra cosa que no sea su trabajo, que, generalmente es el más importante del mundo y fundamental para el desarrollo humano. Da igual que sean cocteleros o agentes FIFA.
Entonces, un buen día, entre aeropuerto y aeropuerto, se sienten solos, vacíos, una especie de lost in traslation temporal. Y se amargan un poco. Melancólicos, deciden tomarse un scotch. Y tal vez hagan propósito de enmienda. Luego, se les olvida, minutos más tarde.
Irene se saltó el tercer escalón de la pirámide de Maslow y concentró todos sus esfuerzos en el cuarto, pensando que así, con el cuarto cubierto, llegaría el quinto. Pero no, en realidad solo hay un escalón de necesidades, que es el nuestro. El que nosotros elijamos. No el que nos digan por la tele. Irene siguió la corriente. Trabajó, trabajó y trabajó y ahora tiene un casoplón. Y poco más.
Viajo sola es una película intrascendente, que no opta ni por el drama ni por la comedia y se queda en medio de ninguna parte. Saltando de tópico en tópico, no logra despertar simpatía en ninguno de los personajes (tal vez la sexóloga). Es de esas películas que no arriesga en ningún aspecto, conservadoras hasta enervar, dirigidas para el consumo de espectadores conservadores (no me refiero políticamente, sino en general) que vayan al cine para emocionarse muy levemente (no vaya a ser que perdamos la compostura) y olvidar todo lo que han visto a la mañana siguiente.
Lo Mejor: El contrapunto de la sexóloga.
Lo Peor: Olvidable, frívola y antipática. Una guía de hoteles de 5 estrellas para aburguesados con ínfulas culturales.