Nota: 8
Al fin llegó el esperado retorno de los zombis. Medio año hemos tenido que esperar para reencontrarnos con Rick y compañía. Esa suerte de western con “caminantes” que Frank Darabont nos presentaba allá por 2010 a partir de las viñetas de Robert Kirkman nos ofrecía esta semana el inicio de su quinta temporada. Hasta el momento, el balance era de tres temporadas y media impecables, pero con el hándicap de que esa mitad de temporada a la que hemos sacado de la ecuación era lo último que “The Walking Dead” nos había ofrecido. La versión zombi de “Cuenta Conmigo” que supuso el final de la cuarta temporada acabó por convertirse en una prueba de fuego para la paciencia de sus millones de seguidores. Ocho capítulos caminando por unas vías de tren y siguiendo a las diferentes partes del fragmentado grupo no era lo que todos esperábamos de la ficción zombi. Poco o nada se salvaba en el viaje hacía ese esperanzador paraíso llamado “Terminus”. Solo una frase de Rick (Andrew Lincoln) para cerrar la temporada nos hacía soñar con tiempos mejores. Tiempos que ya han llegado.
En “The Walking Dead” estábamos acostumbrados a un inicio moderadamente estable que nos conducía a un caos final. Esta temporada las tornas han cambiado. En los primeros minutos del ese episodio ya imprescindible llamado “No Sanctuary”, la tensión nos lleva a un pico dramático a la altura del ofrecido por los buenos tiempos de nuestro amado Gobernador (David Morrisey). Como es habitual, la parte más oscura del planeta, por muchos zombis que lo recubran siempre aparece en el ser humano. Pasado ya demasiado tiempo desde el inicio del apocalipsis zombi, el tono adoptado por “The Walking Dead” toma por fin sin complejos a los caminantes como el MacGuffin que son. Poco o nada importa que la amenaza venga en forma de tipos horrorosos, putrefactos y jadeantes. Solo son el contexto para sacar lo peor y los instintos más bajos de la raza humana. Al fin estamos en “La Carretera” de Cormac McCarthy.
El Edén que prometía ser “Terminus” ha resultado ser algo muy diferente a lo esperado. Como bien se sugería en el último capítulo de la cuarta temporada, lo que allí ocurre es algo mucho más sórdido que todo lo que nos habíamos encontrado hasta el momento. “Eres oveja o lobo” utilizan como principio fundamental unos habitantes que han decidido convertirse en lobos. Mera supervivencia, pero al precio de la más absoluta deshumanización, como pronto comprenderán nuestros protagonistas. La oscuridad de “Terminus” no conoce límites.
“No Sanctuary” se nos muestra como un episodio cargado de todos los ingredientes que lograron enamorarnos de “The Walking Dead”. Hay acción, hay emoción, hay tensión y, sobre todo hay turbia oscuridad. La evolución de este grupo de personajes parece no tener fin. Ya nadie se acuerda de ese grupo de mojigatos con el que nos encontramos en la primera temporada. Nuestros protagonistas han resultado ser una docena de “Shanes”, porque, a fin de cuentas el único individuo de ver lo que realmente exigía el mundo fue aquel antipático personaje de Jon Bernthal. Ahora el horizonte se presenta crudo. No hay donde resguardarse. No hay donde simular normalidad. En tiempos de guerra uno solo puede comportarse como un soldado. Llegó el momento de sobrevivir a un entorno cada vez más hostil y cruel. “The Walking Dead” al fin ha madurado. El metafórico nombre de “Terminus” cobra sentido…
Héctor Fernández Cachón