Nota: 7
Cuando un director inicia su carrera, sus sueños son los de convertirse en Billy Wilder, Akira Kurosawa o Roberto Rossellini. Eso es lo mismo que decir que la aspiración del debutante es la de convertirse en leyenda. Cualquiera que centre sus energías en construir esas pirámides llamadas “películas” ha recibido mucho del cine, de modo que le quiere devolver otro tanto de lo mismo. Difícil se antoja entonces el imaginar que te conviertes en una de las más grandes leyendas del séptimo arte… ¡Y todavía te quedan décadas de cine por delante! Eso es lo que le ha pasado a un señor cuyo nombre hace que un escalofrío recorra nuestra espalda, pero cuyo rostro nos huele a hogar. Efectivamente, ese señor es Clint Eastwood.
El maestro firmaba allá por 1992 el más contundente retrato del pistolero que jamás ha dado el cine. “Western Crepuscular”, se ha dado en llamar un género del que “Sin Perdón” es la obra cumbre. Desde el momento en que William Munny levantara su rifle hacia el pecho de Little Bill (Gene Hackman), nada podía ya superar lo que Clint había logrado. El mundo ya era suyo. “Poder Absoluto”, “Los Puentes de Madison”, “Un Mundo Perfecto”, “Mystic River”, “Million Dollar Baby”… De obra maestra en obra maestra iba saltando el tipo de la mirada severa y la imponente presencia. Así entrabamos en el periodo más “flojo” del veterano director, culminado por la flojísima “Jersey Boys“. ¿El fin de Eastwood? No. De hecho, un nuevo principio.
“El Francotirador” se planta en nuestras carteleras después de convertirse, solo con tres semanas en las pantallas del planeta, en la cinta más taquillera de la carrera del director. Con la tensa calma del hombre que espera disparar su rifle contra una presa humana, Eastwood va dándole forma a una cinta que marca un cambio de tendencia en su obra. En la línea de la inmensa “Cartas desde Iwo Jima“, la historia de “el Francotirador” mezcla con habilidad la incapacidad de un tipo normal y corriente por conciliar cabeza y corazón. El patriota de ideología corroída que dispara su arma contra mujeres, niños o o que la empresa exija, debe llegar a su casa y convivir con su vida normal, pero la paz no es una opción para un individuo cuya mente está en guerra.
Eastwood se acerca en “El Francotirador” a la historia de Chris Kyle, el francotirador de los SEAL que cuenta con el discutible “honor” de ser el miembro del ejército estadounidense con un mayor número de bajas causadas entre las filas enemigas. Al tejano se le atribuye la muerte de más de 160 personas en suelo irakí. No es de extrañar que al público americano le haya gustado tanto una cinta que, por momentos, nos hace sentir “avergonzados” de no izar una bandera estadounidense frente a nuestra casa. La habilidad y los valores de honor o compañerismo mostrados en las decenas de secuencias bélicas siguen el patrón esperado de un director que sabe muy bien como colocar la cámara para captar el lado salvaje de la condición humana. Donde se escapa el elemento que podría conducir a la excelencia a la obra de Eastwood es en la vertiente humana del personaje. Con trazo grueso, el maestro del matiz y la exploración de los miedos más primarios dibuja un pobre retrato del hombre tras el “asesino”. El que debería ser el elemento enriquecedor del filme se convierte en un pesado peaje a pagar para disfrutar de la arena del desierto, donde el director muestra sus mejores virtudes (pasaremos por alto ciertos patinazos en cuanto a retoques visuales).
Así las cosas, con la compañía de un sensacional Bradley Cooper y de su rifle, el viejo Clint vuelve a apuntarnos directamente. “El Francotirador” está lejos de ser su obra más redonda, pero parece que el grandísimo director cambia de tercio. Sin duda se trata de su mejor filme desde “Gran Torino“. ¿Qué queda entonces cuando ya eres una leyenda? Pues la aspiración a deidad. A Clint Eastwood le sobra talento para lograrlo.
Héctor Fernández Cachón