Nota: 6
Hablar de Paul Thomas Anderson es hablar de uno de los directores más brillantes que ha dado el cine en las últimas dos décadas. Cuando te has inventado “Boogie Nights”, “Magnolia”, “Pozos de Ambición” o “The Master”, la presunción del talento va por delante. Como aquellos rockeros de 69, Anderson es uno de esos tipos que entienden su profesión como una religión hacia la que profesan una devoción inquebrantable. Individuos que tienen un estilo, que lo disfrutan y al que no van a renunciar bajo ningún concepto. Ellos están hechos de otra pasta. Los buenos y los malos momentos que aguarden detrás de cada esquina serán siempre aceptados como consecuencia lógica de la afección a una forma de hacer las cosas. Paul Thomas Anderson sabe que es un grande, pero no requiere de premios. El estilo es innegociable, amigos.
De partida, el libreto de “Puro Vicio” es impecable… Hasta que deja de serlo. Uno de los puntos fuertes del director siempre ha sido su capacidad para componer historias con un pulso al que nadie puede alcanzar. No en vano, estamos frente al alumno aventajado de Robert Altman. Con la adaptación de la novela de Thomas Pynchon, el director y guionista realiza un ejercicio narrativo impecable durante un primer acto que es lo mejor de “Puro Vicio”. Es entonces cuando nos empezamos a dar cuenta de que la tela de araña tejida por la trama tiene más de madeja insondable, que de otra cosa. Todo se vuelve demasiado confuso y desordenado, hasta el punto de perder al espectador por el camino. Cada fragmento del guión de “Puro Vicio” resulta impecable si lo cogemos de manera individual, pero tomado en su conjunto el batiburrillo es de épicas proporciones.
La maraña narrativa no resulta impedimento para que “Puro vicio” construya un buen puñado de secuencias divertidas (o lo que Paul Thomas Anderson entiende por diversión) y varias interacciones brillantes entre personajes, pero el lastre es demasiado para un conjunto de ciento cincuenta minutos. ¿Qué es lo que nos mantiene en la butaca entonces? La respuesta es bien sencilla: Todos y cada uno de los planos rodados por un director inmenso. Es suficiente con la puesta en escena para disfrutar de la película, hasta cuando tenemos la sensación de que nuestra cabeza funciona peor que la narcotizada mente de Doc (Joaquín Phoenix). Hay que tener en cuenta que un poco de Paul Thomas Anderson ya es mucho. Si a eso le sumamos un buen puñado de actores impecables, el resultado va siendo menos decepcionante.
En todo caso, lo más probable es que, mientras nosotros estamos pensando que “Puro Vicio” es su obra menos redonda, Paul Thomas Anderson esté sentado en el sillón de su casa tarareando a Frank Sinatra y su célebre “My Way”. Así es él, para bien y para mal.
Héctor Fernández Cachón