“El mundo es un buen lugar por el que merece la pena luchar. Estoy de acuerdo con la segunda parte de la frase”, decía el detective Somerset con la poderosa voz de Morgan Freeman. estas palabras las había lanzado ya una vez Ernest Hemingway en su novela ambientada en la Guerra Civil Española, “Por quién doblan las campanas“. Somerset acaba de ver como el mal ha ganado una nueva batalla en el mundo, pero no pierde la cabeza. A su edad, Somerset ya se ha enfrentado al lado miserable de la vida en más de una ocasión. Ya no le atenaza la decepción, porque las expectativas no son demasiadas. Nunca ha sido demasiado alegre, ni demasiado infeliz. Es lo que hay…
“Seven” es la tabla derecha de “El jardín de las delicias“. De hecho, es un paulatino tránsito de izquierda a derecha. Solo Somerset se encuentra siempre en el centro, mirando a ambos lados. Mills (Brad Pitt) no es capaz de entender que la escala cromática solo contiene grises. Más claros o más oscuros, pero grises. Esa es la razón de que todo sea mucho más complicado para él. Es la víctima perfecta para ese John Doe (peculiar Juan Nadie) con la perversa mirada de Kevin Spacey. No es Doe un tipo aficionado a los espectáculos pirotécnicos. El mal es algo íntimo. Sus ínfulas de redentor no van más allá de una grave perturbación de la conducta social o, lo que es lo mismo, de su psicopatía.
Siete asesinatos, siete días y siete pecados capitales. Entre las lluviosas y fríos callejones en que transcurre “Seven”, uno de los guiones más brillantes de las últimas décadas se va abriendo camino. La más severa oscuridad va atravesándose en la limpia mirada del detective Mills. Somerset lo está viendo venir. Lo sabe desde que el misterioso asesino se cobra una libra de carne al más puro estilo de “El Mercader de Venecia“. No tarda en darse cuenta al ritmo de la “Suite número 3” de Bach, que pone sus notas a la febril búsqueda de referencias en la biblioteca.
Todo está servido para que David Fincher, un genio a tiempo completo, vaya trabajándose nuestro estado de ánimo hasta llegar a un final en el que no hay gritos, explosiones, ni persecuciones. Como telón de fondo, la nada. Como protagonistas, una caja, una sonrisa, el sonido de una bala y el violento ruido que emite un corazón al romperse. La mirada perdida de un Mills que no sabe a dónde dirigir sus ojos. El mundo que amanecerá al día siguiente no será un buen lugar. Mills se acaba de dar cuenta de que no se ha transformado en un infierno en las últimas horas. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Somerset volverá a su casa con su gabardina empapada, colgará su sombrero en el perchero y no dormirá bien, pero dormirá. Al día siguiente habrá que volver a luchar.
Una pelicula de leyenda …un final antologico,de los mejores del cine moderno sin duda.
Que bien escrito…