– Un Mente Maravillosa (Ron Howard, 2001): Por cosas como esta Ron Howard tiene una legión tan feroz de “haters”. La cinta se presentaba en sociedad con un guión plano y aburrido, lo que chocaba directamente con las mesiánicas pretensiones de su puesta en escena. La historia del matemático John Nash y de su esquizofrenia nos llevaba por lugares comunes del mundo del biópic y mezclaba burdamente la realidad y el mundo creado por la enfermedad de su protagonista. Solo Russell Crowe y Jennifer Connelly se salvan en una cinta que, para colmo se llevaría un carro de estatuillas a casa.
– El Discurso del Rey (Tom Hooper, 2010): He aquí una de esas películas trampa. Todo lo que reviste a la obra es digno y regio. La cinta se mueve con disimulo a lo largo de su metraje gracias a un puñado de actores en estado de gracia y a unos diálogos irónicos y mordaces. El problema aparece cuando te empiezas a dar cuenta de que la cosa no va a ninguna parte, lo que queda de manifiesto en un clímax carente de cualquier emoción. Por alguna extraña razón, “El discurso del Rey” logra deslumbrar, pero no complacer. ello es consecuencia del abuso de lo evidente y de la escasa capacidad de sorpresa. Le faltan dimensiones a la obra de Tom Hooper, lo cual es una pena ya que el contexto de la época se prestaba para firmar un buen puñado de pasajes inolvidables.
– Chicago (Rob Marshall, 2002): Sorprende que este musical de Rod Marshall haya sido tan aclamado y la similar “Nine”, denostada. Los defectos de “Chicago” son excesivos a toda vista. Más allá de los excesos ofrecidos en todo momento, la atmósfera y la puesta en escena resultan cargantes hasta lo alarmante. Vale que el director sabe como rodar un buen número musical y que Catherine Zeta-Jones está “on fire”, pero el exceso hace de “Chicago” un filme soporífero y, por momentos, difícil de disfrutar ante tanto desorden . Si quieres ahorrarte tiempo, puedes ver la primera media hora y multiplicarla por cuatro. Cualquier sorpresa a lo largo del sucesivo metraje es siempre para mal y además así te ahorras ver a Richard Gere tratando en el precario ejercicio de supervivencia que se marca.
(Parte I)