¿Otras 12 películas sobrevaloradas? (Parte III)

 

– The Artist (Michael Hazanavicius, 2011):“Bueno. No está mal”. Esa era la frase más repetida al salir de la proyección de “The Artist”. Toda la crítica se había rendido ante el divertimento diseñado por Hazanavicius, pero tan empeñada estaba la cinta en resultar encantadora que, finalmente, acababa por desvirtuarse a sí misma. Lo redundante de la construcción es solo un pequeño elemento que nos conduce a valorar si estamos ante un filme sobrevalorado. Lo cierto es que el argumento principal es que la historia del cine cuenta con decenas de películas similares, por lo que eso de que la idea era arriesgada nos resulta ridículo. Riesgo era el de adaptar “Blancanieves” a la cultura española y darle rasgos clásicos. Pablo Berger se la jugó. Michael Hazanavicius repitió lo ya visto. Dicho esto, “The Artist” resulta amable, pero dista mucho de ser una cinta original.

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– El Paciente Inglés (Anthony Minghella, 1996): En la década de los noventa a la industria del cine le dio un arrebato nostálgico y se puso a encumbrar historias de amor a diestro y siniestro. Pese a que la construcción lírica de muchos pasajes no puede ser menos que aplaudida, el torpe desarrollo de algunos personajes y situaciones lastran parte de una película que podría haber sido mucho más grande. La trama política, el peso injustificado de Willem Dafoe o una Juliette Binoche que tarda en enamorarse lo que en enterrar a su novio juegan en contra de una cinta en la que sigue sin convencernos el hecho de que Ralph Fiennes deje a su amada abandonada en medio de la nada por tener un tobillo chungo y poco más. Para rematar, no son pocos los momentos en los que la cinta resulta absolutamente aburrida.

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– Cars (John Lassester, 2006): Hay quienes todavía se empeñan en calificarla como otra de las obras maestras de Pixar, pero se trata de la peor película de la factoría. Ninguno de los elementos que encumbrarían a “Ratatouille”. “Wall·E”, “Up” o “Toy Story 3” se manifestaría en esta fallida cinta. No hay simpatía, emotividad, originalidad y esa arrolladora carga de imaginación que siempre nos encontramos con los amigos del flexo. La aventura de Rayo McQueen da más pereza que otra cosa y ese espíritu bonachón que impregna el metraje alcanza lo ridículo. Al menos parece que el auténtico objetivo de vender merchandising se cumplió con una intensa campaña promocional que ametralleó las mentes de los niños.

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(Parte I) (Parte II)

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