Ha sido un error imperdonable. La 89ª edición de los Premios de la Academia siempre será recordada por el fallo de la organización en el sobre del premio a la Mejor Película. Casi todos los comentarios escuchados tras la gala se hacían eco del bochornoso momento final, pero lo cierto es que se producía un error mucho más grave que ese: La derrota de La La Land.
Evidentemente, el cine es una cuestión de gustos. La La Land es una gran película, pero también Moonlight o La Llegada. Sobre el papel, nadie debería alzar la voz en caso de victoria de cualquiera de ellas. Estaban un peldaño por encima del resto de nominadas. Lo que pasa es que en los últimos meses habíamos asistido algo mucho más trascendente que la calidad de la película, porque La La Land había logrado el difícil paso de convertirse en un fenómeno abanderado de una generación.
Seguramente hayáis escuchado el término “millennials” en más de una ocasión. Hablamos de esa generación de nacidos entre, aproximadamente, 1980 y el año 2.000. Un montón de gente que comparte rasgos tales como dejar de considerar el trabajo como un medio para alcanzar algo, convirtiéndose en un fin mismo de felicidad. Tenemos hijos y nos casamos más tarde, ya que primamos el poder viajar y vivir otras experiencias antes, retrasando las etapas de la vida. Independientemente de aciertos y fallos, somos las personas que asaltamos el mundo en estos días. Y, efectivamente, Ryan Gosling, Emma Stone y La La Land atesoran nuestro espíritu.
Boyhood era la primera gran cinta de nuestra generación. En la gloriosa cinta de Richard Linklater se abordaban los problemas del primer mundo en un retrato sublime del tiempo millennial. La cinta se iba de vacío en unos Oscar incapaces de ver que, en el caso de La La Land, era ya una necesidad. Spothligt era una buena película, pero nadie la recordará demasiado a pesar de alzarse con la estatuilla el pasado año. De Moonlight hay que decir que deja sin aliento. Sin embargo, La La Land es pura vida y una cinta inolvidable. Sus canciones, sus grandes momentos y escenas como el baile de sus protagonistas son ya patrimonio del séptimo arte. Probablemente, de las pocas joyas auténticamente genuinas que hemos podido ver en este nuevo milenio. Mucho nos tememos que las cintas que representan a esta generación emergente comenzarán a ser premiadas dentro de veinte años, demostrando que la Academia siempre va unos cuantos pasos por detrás.