Todo es un silencio bullicioso; Todo es una luz oscura. Eso es lo que piensa Trey Edward Shults y, desgraciadamente, no se equivoca. El hombre que nos acercaba los recovecos más inexpugnables de la familia con Krisha decide marcar de nuevo la puerta del hogar como frontera, con la salvedad de que ahora lo que realmente preocupa es lo que ocurre al otro lado. No hay demasiada sutileza a la hora de presentar el mundo como un lugar atroz situado en el lado desconocido de dicha puerta, como tampoco en pintarla de rojo en una declaración de intenciones poderosa. A partir de ahí es donde empieza a caminar por el terreno de lo elegante.
Sobre el papel, Llega de noche es una historia distópica centrada en un futuro (o no tan futuro) apocalíptico y en el que una extraña epidemia parece estar diezmando a la humanidad. De hecho, nuestra familia de protagonistas vive parapetada en una casa situada en medio de un bosque, donde intentan bregar con ese caos imperante en todo el planeta, pero representado por el más perturbador de los silencios. Esa es la excusa para presentar un mundo en el que todo lo que es susceptible de constituir una amenaza, termina siéndolo. El individualismo gana terreno a pasos agigantados cabalgando a lomos de una despersonalización que supone la amenaza más seria de nuestro tiempo. Si caminas junto a otra persona, no puedes fiarte de la mitad del equipo. La reflexión es tan atroz, como real.
Los más puristas del lenguaje dirían “nos vamos a la mierda”, pero nosotros somos más pomposos. Casi sería ofensivo aludir en esos términos a una cinta que convierte la simpleza de su puesta en escena y la sugerencia constante en sus grandes virtudes. Siempre hay algo capaz de perturbar nuestro ánimo en un rincón. Elegante como ella sola, Llega de noche se convierte en una de esas experiencias que no se olvidan con facilidad. Es lo que tiene cuando te das cuenta de que tu también estás pintando de rojo la puerta de casa…
Héctor Fernández Cachón