Va a ser un auténtico desastre económico. La idea de llevar a la gran pantalla las sensacionales viñetas de Valerian y la ciudad de los mil planetas se antojaba atractiva, pero no tanto como para invertir 200 millones de dólares en el asunto. Esa es la cantidad que se ha gastado Luc Besson simplemente en la producción. Si a eso le añadimos más de un centenar adicional en distribución y publicidad, se hace evidente que Valerian necesitaba romper taquillas para empezar a ser rentable.
Como era de esperar, el filme ha quedado muy lejos de resultar un éxito. De hecho, la cinta lleva semanas de exhibición en muchos de los grandes mercados del mundo y, a día de hoy, la posibilidad de que pueda alcanzar los 120 millones de recaudación se antoja dramáticamente lejana. ¿Significa eso que Valerian y la ciudad de los mil planetas es mala? Ni mucho menos. Puede que estemos ante una de las cintas más desastrosas de la historia en cuanto a lo económico, pero no está nada mal. Puede que algunos de sus pasajes argumentales no sean todo lo acertados que cabría esperar o que su apuesta visual resulte excesiva, pero la realidad es que la cinta ofrece más de dos horas de agradable cine. Casi nos hace recordar el caso de otro gran fracaso económico como Tomorrowland que, sin embargo resultaba un filme familiar encantador.
A través de una máquina del tiempo, los agentes terrícolas Valerian y Laureline están explorando Syrte, el principal planeta de un sistema de 1000 mundos. Su misión es descubrir si en el futuro los Syrtians representan un peligro para la Tierra. Lo que encuentran es un imperio en ruinas liderado por un grupo de aristócratas decadentes, la población lista para la revolución, y una misteriosa casta de sabios enmascarados que discretamente mueve los hilos de unas fortalezas ocultas. Agitados por los vientos de la historia, los agentes de la Tierra deberán elegir de qué lado están.