Hablar de El Resplandor es hablar de uno de los grandes clásicos de terror de la historia del cine. Estas palabras son fáciles de pronunciar, pero lo que esconden detrás es algo mucho más trascendente. Miles de veces hemos presenciado como un psicópata camina por la penumbra con el rostro oculto. En centenares de ocasiones nos hemos encontrado a terroríficas criaturas acechando en la negrura de profundos bosques. No es que despreciemos tales recursos, ni que censuremos su utilización. Cualquier elemento utilizado con acierto y elegancia puede elevar una obra a la altura de sublime. Pero no podemos pasar por alto la construcción que Stanley Kubrick levanta en la cinta, sirviéndose de factores que a cualquier otro ni se le habrían pasado por la cabeza. En El resplandor , Kubrick no se guarda cartas en la manga. No oculta a su psicópata detrás de una cortina. Ese no es su estilo. El gran Stanley nos presenta a un hombre normal, padre de familia y bastante cabal. El ejercicio que realiza con el personaje de Jack Torrance no tiene comparación. La construcción y reconstrucción del hombre hasta transformarlo en un monstruo resulta incomparable e imposible de encontrar en ninguna otra cinta.
En medio de todo, con una sonrisa inocente y pedaleando en su triciclo, el pequeño Danny Lloyd presenciaba el terrorífico espectáculo. Corría el año 1980 y el pequeño apuntaba maneras. Apostar a futura estrella no habría sido algo arriesgado. Sin embargo, una única película más sería el legado cinematográfico de un chico cuya vida tomaba un rumbo bien diferente.
El diario The Guardian ha encontrado al hombre en el que se ha convertido Danny Lloyd. Su vida transcurre alejada de los focos, pero la instantánea en la que se muestra su cambio seguro que le recuerda que un día fue una gran promesa del cine. Así luce hoy el pequeño de El Resplandor.