Nota: 7,5
Donde esté una buena película de dinosaurios, que se quite el resto. Desde que Steven Spielberg nos convirtiese, allá por 1993, en unos dinoadictos irredentos, cada cita jurásica en la gran pantalla ha provocado que nuestra ilusión se disparase. Cierto es que la saga iniciada por Jurassic Park iba perdiendo fuelle desde su primera entrega, pero el aterrizaje de Colin Trevorrow y su Jurassic World (2015) daba un nuevo aire a los dinosaurios, devolviéndolos al lugar que nunca debieron abandonar.
Así las cosas, nuestro J.A. Bayona se enfrentaba al dificilísimo reto de repetir el éxito de su antecesora con Jurassic World: El reino caído. La empresa era realmente complicada, ya que el horizonte de posibilidades resultaba escaso. Ya lo habíamos visto todo en la franquicia, por lo que la primera hora de película da la sensación de estar inmersos en un agradable déjà vu. Es la parte más floja de una cinta que el sensacional director va llevándose a su terreno poco a poco. La antesala de una segunda mitad de enorme calibre, oscuridad y tintes de terror gótico. Bayona rules.
Es impresionante que, teniendo entre manos una cinta de transición, el director español consiga darle tanto nervio. Cierto es que peca de un excesivo infantilismo en algunas ocasiones, pero pocas pegas más se le pueden poner a un filme en el que sus dos protagonistas siguen en estado de gracia y en el que los guiños a la película original se vuelven constantes, al mismo tiempo que se entierran bajo lava volcánica esos días.
Jurassic World: El reino caído no es una película con tanto encanto como la anterior entrega. Lógico, ya que esta vez no habían pasado quince años desde la última aventura entre dinosaurios. El factor nostalgia ya no puede sustentar todo, por lo que el éxito se deja en el buen hacer de un director superdotado en lo referido a la narrativa visual. ¿Lo mejor de todo? Que el camino se ha allanado de cara a un próximo filme para el que se abre un increíble abanico de posibilidades.