La realidad es que, para lo que nos gusta, hablamos muy poco de Yorgos Lanthimos. El sensacional director griego es uno de esos tipos capaces de arrastrarnos al cine con cada una de sus nuevas películas y siempre encandilarnos. Su talento es tan obvio, como extraño. Y es que no deja de asombrarnos la facilidad de este tipo para marcarse las disecciones más profundas del ser humano mediante los marcos más extravagantes.
En la carrera de Lanthimos no encontramos más que películas gloriosas. Pocas pegas podemos ponerle a Alps, Langosta o El sacrificio de un ciervo sagrado. Sin embargo, ninguna nos vuelve tan locos como Canino.
Un matrimonio con tres hijos vive en una mansión en las afueras de una ciudad. Los chicos, que nunca han salido de casa, son educados según los métodos que sus padres juzgan más apropiados y sin recibir ninguna influencia del exterior. Creen que los aviones son juguetes o que el mar es un tipo de silla forrada de cuero. La única persona que puede entrar en la casa es Christine, guardia de seguridad en la fábrica del padre.
Canino es tan brillante, como divertida. Sutil y audaz, la cinta no duda incluso en mostrar sexo explícito en medio de un marco surrealista y siniestro. El concepto de familia como nunca lo habíamos visto. Una extraña obra maestra del año 2009 que, si todavía no has visto, ya estás tardando.