Esto de los premios es una cosa curiosa. Lo normal es que todo galardonado haga méritos más que suficientes como para ser galardonado, pero hay veces en los que el patinazo roza lo infame. Si no, ahí está la gala de los Oscar que debía premiar las mejores películas de 1998 y que terminaba ofreciéndonos la mayor infamia de la historia.
Salvar al soldado Ryan tenía que convertirse en la mejor película. Cualquier otra opción rozaba lo absurdo. De hecho, la noche no pintaba mal, ya que la película se plantaba en el momento de entregar el premio gordo con 5 de 10 premios logrados. Spielberg acababa de recoger su premio como mejor director y ya se frotaba las manos ante lo que prometía ser un final de fiesta inolvidable. De hecho, la cinta merecía el premio indiscutiblemente. Nadie podía imaginar lo que estaba a punto de ocurrir.
Alguien debió darse un golpe en la cabeza. Shakespeare in Love, una película menor, se alzaba con el máximo galardón. El séptimo de la noche para la cinta de John Madden. A día de hoy, todavía no se entiende que aquello pudiese ocurrir. Ya no es que Shakespeare in love no mereciese el Oscar, sino que incluso la nominación ya parecía excesiva. Así, la Academia firmó el momento más infame de toda su historia. Una auténtica vergüenza.