Nota: 5
Shane Black era el tipo que debía devolver el equilibrio a la Fuerza, pero la cosa se ha ido al traste. Después de una larga espera, Predator se plantaba ante nosotros con la intención de devolver a la saga a lo más alto. De hecho, el aquí firmante estaba plenamente dispuesto a dejarse conquistar por una de las criaturas más emblemáticas de la historia del cine. Desgraciadamente, ni el hecho de tratarse de un proyecto liderado por Shane Black, director excepcional y actor de la cinta original, ha servido para conseguir hacer honor a estas máquinas de matar.
¿Cuál es el problema de Predator? Pese a que estamos ante una cinta bastante entretenida y con algunas secuencias curiosas, la realidad es que en ningún momento de la proyección de Predator somos capaces de sacudirnos la sensación de estar viendo una cinta irrelevante. La razón es muy simple: No se le puede sacar mucho más jugo a un bicharraco que, pese a que mola mucho, debutaba en cines con una faena irrepetible y a la que poco se podía añadir.
Efectivamente, durante toda la Predator original morimos de intriga ante esa amenaza invisible en medio de la selva. Desde el cierre mismo del filme, ese factor quedaba eliminado para el futuro de forma irremediable. Cuando sabes a lo que te enfrentas, por chungo que sea, el temor no es el mismo.
Llegados a ese punto, solo se puede apelar a la nostalgia y al gamberrismo. El problema es que. para eso, la figura de Arnold Schwarzenegger y su Dutch eran imprescindibles. De este modo, al ser incapaces de conquistar al viejo Arnie para su regreso, Predator quemaba su última bala para convertirse en un filme de mayor envergadura.
Las intenciones son buenas y durante la primera mitad de la película llegamos a disfrutar de lo lindo gracias a un grupo de protagonistas de lo más curioso. Hay carisma y encanto en una película que pierde todo lo invertido a medida que se adentra en su último acto. A partir de ahí, el despropósito es épico. Una evidente lástima para una película que jamás podría ser lo que habíamos soñado. ¡Malditas expectativas!