Qué fácil es ser valiente cuando el viento sopla a favor. En estos días que corren, el cine de tiburones goza de una salud envidiable. A lo largo de los últimos años hemos asistido a los exitazos de Infierno Azul, A 47 metros o Megalodón. De hecho, incluso la parodia del cine de escualos elevada a la enésima potencia por Sharknado ha conseguido petarlo a lo bestia. Atrás quedaron los tiempos difíciles.
Desde que Steven Spielberg firmase Tiburón allá por 1975, todo acercamiento al mundo de los escualos asesinos se saldaba como producto de serie B. La sombra del maestro era alargada. solo él conseguía firmar una cinta de ese perfil y convertirla en obra maestra. Precisamente en medio de ese desierto irrumpía Deep Blue Sea. La película apostaba por una gran producción de tiburones en 1999 y se sostenía con auténtica dignidad.
Utilizando tiburones Mako, una de las máquinas de matar más rápidas y perfectas de la naturaleza, la doctora McAlester (Saffron Burrows) espera encontrar la clave de la regeneración de los tejidos del cerebro humano. Pero para alcanzar su meta ha violado los códigos éticos, modificando el ADN de los tiburones, haciendo que sean más inteligentes y más rápidos, convirtiéndolos en monstruos depredadores que pondrán en peligro a todo el equipo de trabajo.
“¡Buah! ¡Qué cutre! otra de tiburones sin miga… ” ¡Fuera de mi vista, bastardos! Estamos hablando de las maquinas de matar perfectas con carrera y dos masters. Me gustan los tiburones, me gusta la sangre y me gusta Samuel L. Jackson. Sin lugar a dudas, la única gran película sobre escualos asesinos durante décadas y con un final fino filipino.