Nota: 7
Muchas horas hemos pasado viendo el terrible naufragio, pero los restos de dicho naufragio nunca han gozado de la merecida atención. Efectivamente, mucho le debe Hollywood a la Segunda Guerra Mundial. No se pueden ni contar las películas centradas en el conflicto bélico que hizo estremecerse al mundo entero. Sin embargo, tan empeñado estaba el mundo en olvidar, que las obras sobre las cicatrices de aquellos días todavía escasean.
Precisamente en una Alemania reducida a escombros se desarrolla El día que vendrá, una cinta pulcramente imperfecta. Concretamente es el esqueleto de lo que un día fue Hamburgo el telón de fondo de un triángulo amoroso con esencia de cine clásico. Entre aquellas calles que tan traumáticamente nos mostró Roberto Rossellini en la descomunal Alemania, año cero (Berlín en aquel caso), Keira Knightley trata de reengancharse a un tiempo en el que todos perdieron mucho. Para ello, se reencuentra con su marido, un coronel británico destinado a Hamburgo con el objetivo de reconstruir la ciudad. Lo que pasa es que una barrera invisible separa de forma irremediable ambos personajes.
Efectivamente, el caldo de cultivo es ideal para que la joven se enamore de un viudo y elegante alemán que se ve obligado a ceder su casa a la pareja. Eso sí, quedándose a vivir en la buhardilla junto con su hija. Comienza así una historia sin demasiadas sorpresas y previsible en exceso durante la mayor parte de su metraje, pero contada con tan buen gusto que se hace imposible no disfrutarla.
Todo es demasiado hermoso como para no dejarse seducir. Cuando las historias de amor clásicas parecen defenestrarse sin razón alguna, cintas como El día que vendrá recuperan una forma de hacer cine que siempre nos encontrará firmes en su defensa. Imposible no paladear cada plano y cada mirada de una cinta que no pasará a la historia, pero que deja un sabor realmente agradable en el paladar.
Héctor Fernández Cachón