Ha sido el género que más alegrías le ha dado a nuestro cine a lo largo de la última década. Cierto es que la comedia española siempre ha entrado bien entre el público de nuestro país. Un género no muy caro de desarrollar y con excepcionales resultados en taquilla alcanzaba su punto álgido con el descomunal fenómeno de Ocho apellidos vascos. Desde entonces, todo se disparaba a lo loco. Las comedias empezaban a facturarse como churros hasta llegar a un punto en el que parece haber explotado la burbuja.
En España, las cadenas de televisión privadas están obligadas a destinar partidas presupuestarias al desarrollo del cine español. ¿En qué se traduce eso? Pues en que se suele apostar por comedias, ya que luego pueden emitirse en las correspondientes cadenas y llegar a un público de 1 a 100 años. Así, todo ha ido conduciendo a la situación actual, en la que cada vez es más difícil reírse un poco con una película de este perfil.
La calidad se ha desmoronado. Ya se da luz verde a guiones desastrosos de origen. La mayoría de las películas estrenadas en los últimos años son flojas y fracasan en cartelera. Perdiendo el Este, Bajo el mismo techo, Taxi a Gibraltar o Los Japón son buena muestra de ello. Otras, a pesar de terminar con recaudaciones aceptables, dejan mucho que desear. Si no, que le pregunten a Señor, dame paciencia, Yucatán o Toc Toc.
Así las cosas, la edad dorada de las comedias españolas parece haber llegado a su fin. Es el momento de afrontar nuevas realidades y ampliar el abanico de producción en nuestro país. Talento e ideas sobran. Solo hace falta jugársela un poco más.