La industria del cine es inclemente, pero la crueldad del público tampoco conoce de límites. Año 1995. Kevin Costner es la gran estrella masculina del cine. Todo lo que toca se convierte en un éxito sin paliativos. Películas como J.F.K., Los Intocables de Eliot Ness o Campo de Sueños creaban al aclamado actor, mientras que Bailando con Lobos le daba el Oscar al Mejor Director y a la Mejor Película. Por si no fuese suficiente, el estreno de El Guardaespaldas provocaba el nacimiento del icono sexual. Nadie podía imaginar que todo estuviese a punto de irse al garete con Waterworld.
Los casquetes polares se han derretido y toda la Tierra está cubierta de agua marina. Los hombres sobreviven en plataformas flotantes y su principal ocupación es la búsqueda de agua dulce, el bien más preciado. Entre ellos circula una leyenda según la cual en algún lugar existe tierra firme. Un viajero errante y solitario que vive del trueque, llega un día a un atolón de chatarra y vende tierra a sus moradores, pero cuando éstos descubren que es un híbrido, mitad pez y mitad humano, lo condenan a muerte. Así se fraguaba el principio de un desastre que se venía a confirmar con la, esta vez si, infame Mensajero del Futuro.
Hay una realidad innegable, y esa es que a Kevin Costner se le han dado menos oportunidades que a la mayoría. Los buenos papeles empezaron a brillar por su ausencia y firmar la magnífica Open Range no fue suficiente para redimirle como director. A día de hoy, Kevin Costner sigue luchando por recuperar un estatus de estrella que, por talento, nunca debió abandonar.
Tendría que haberse dedicado en exclusiva a la dirección visto que ya no hay espacio para el en el panorama de la interpretación.