Basada en una popular serie de animación japonesa de los años sesenta, sigue las aventuras de Speed Racer (Emile Hirsch), que parece haber nacido para conducir coches de carreras. Es un piloto agresivo y temerario. Su ídolo es su hermano, el legendario Rex Racer, muerto en un accidente durante una carrera. Speed apoya el negocio familiar automovilístico que dirige su padre (John Goodman), el diseñador del potente bólido Mach 5. Cuando Speed rechaza una oferta muy lucrativa y tentadora de las Industrias Royalton, no sólo hace enfurecer al maniático dueño de la empresa (Roger Allam), sino que, además, descubre un terrible secreto: algunas de las carreras más importantes están siendo manipuladas por unos desalmados empresarios. Si Speed no pilota para la escudería de Royalton, el Mach 5 no podrá nunca ganar una carrera. Si quiere salvar el negocio familiar y el deporte que ama, tendrá que ganarle la partida Royalton.
Tras el enorme éxito logrado con la trilogía de Matrix, las hermanas Wachowski decidieron hacer de Speed Racer un nuevo éxito de épicas proporciones. Los directores que habían reinventado el cine en lo que a efectos visuales se refería, ponían todos los focos de Hollywood en sus cabezas con la adaptación de la popular serie de animación japonesa Speed Racer, pero la cinta se quedaría lejos de lo esperado.
Lo que en Matrix era una revolución visual, en Speed Racer se convirtió en una horterada empalagosa. Esto se tradujo en unas pérdidas de casi 120 millones de dólares y en la pérdida absoluta de crédito por parte de los directores. Con El Atlas de las nubes recuperábamos la esperanza, pero todo se iba al garete de nuevo en Jupiter Ascending.
Pues no.