Para muchos, lo que conseguía Darren Aronofsky con “Cisne Negro” (2010) era firmar una de las cintas más brillantes de los últimos años. Por contra, no faltan quienes son incapaces de caer presas de su encanto. El aquí firmante sigue inclinándose por que la opinión de que la obra se acerca más a un experimento fallido que a una auténtica obra maestra. Un debate que se extiende desde hace años entre los más cinéfilos.
Perturbadora obra de un director pertubador, Darren Aronofsky se enfrenta en “Cisne negro” a otra historia con un personaje autodestructivo como eje central. En esta ocasión el viaje a la mente de Nina, la bailarina interpretada por Natalie Portman es más oscuro y salvaje de lo que nos ofrecía con Mickey Rourke en “El Luchador”. Consagración de Aronofsky como uno de los directores del momento, llamado a marcar una época. ¿Pero todo esto lo hace con la necesaria sutileza y respeto a la historia, o simplemente es un vehículo para lucimiento de director y protagonista? La honestidad con la que Aronofsky se acercaba a Randy “The Ram” Robinson en “El Luchador” desaparece dramáticamente en la pretenciosidad de una historia similar, pero excesivamente presuntuosa para contar con un guión tan previsible y plagado de lugares comunes.
La poderosa exigencia del papel para una actriz tan recatada como Natalie Portman funciona como un imán para un público aturdido por lo que sus ojos ven y por lo que sus oídos escuchan (esto último cortesía de Tchaikovsky). Cuando la frágil sugerencia de enfermedad y la agobiante atmósfera se hacen añicos en favor del empalago sensorial, la cinta queda herida de muerte. Las luces, la música, Natalie Portman, el ballet, más Tchaikovsky… ¿No es esto más un batiburrillo emocional que un grandilocuente clímax? ¿Es “Cisne Negro” algo más que una primera mitad aceptable?¿Quedaría algo de ella sin Natalie Portman y la música de “El Lago de los Cisnes”?
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