El cine es grande por tipos como él. Cuando uno echa la vista atrás, suele juzgarse con severidad. ¿Debí hacer aquello? ¿Aquella otra cosa fue un error? En el caso de los actores, todo se agudiza. La elección de un papel puede marcar la diferencia entre disparar o hundir tu carrera. Casi todos han experimentado esa sensación, pero hay un grupo de elegidos que siempre han estado por encima del bien y del mal. Intérpretes de talento singular y carisma arrollador. Una especie de la que Donald Sutherland es el más ilustre exponente.
Casi seis décadas delante de las cámaras y, cada vez que lo ha hecho, su trabajo ha sido impecable. Donald Sutherland siempre lo clava. Nombres como el suyo dan lustre a nuestro querido séptimo arte. No tiene Oscar más que el honorífico. Tan siquiera una nominación. No le hace falta. El premio de este tipo es el de saber que cuando su nombre aparece entre el reparto de una película, el público acude encantado por reencontrarse con un viejo amigo. También que los espectadores se descubrirán la cabeza con respeto ante un grande.
A sus 84 años, nuestro Festival de Cine de San Sebastián ha tenido la lucidez suficiente como para hacerle entrega del Premio Donostia a toda su carrera. Honores para Donald Sutherland por irse a casa con el magnífico galardón y honores para el Festival de San Sebastián por irse a casa con un Donald Sutherland.