Es una sombra de lo que era. Pese a gozar de un descomunal estatus de estrella y al cariño desmedido del gran público, Bruce Willis parece haber perdido el rumbo. El actor no hace más que firmar cintas horrorosas en las que el 90% del presupuesto se va en pagar su sueldo. Un camino similar al de Nicolas Cage: Hago tres películas de serie B (o C) al año y me gano una pasta. Muerte para el ámbito creativo, pero rentable.
En los últimos seis años, solo la llamada de M. Night Shyamalan para Glass le ha servido para recuperar algunas sensaciones. El resto de lo anterior, desastre. El panorama no es mucho más alentador, con cintas del mismo perfil del visto estos últimos tiempos. Eso sí, una flor ha emergido en medio de todo: Huérfanos de Brooklyn.
Nueva York. Años 50. Lionel Essrog es un solitario detective privado, afectado por el Síndrome de Tourette, que se aventura a intentar resolver el asesinato de su mentor y único amigo, Frank Minna.
Con ese argumento se presenta una película dirigida por Edward Norton y protagonizada por él mismo. En medio del sensacional reparto de una cinta que ha despertado el entusiasmo de la crítica americana, el trabajo de Bruce Willis acapara halagos. Y es que se antoja imprescindible que el viejo Bruce espabile y recupere su mejor versión. Añoramos a John McClane.