Hay películas que suponen un auténtico regalo para cualquier cinéfilo. Un título poco atractivo o un cartel empeñado en vulgarizar el contenido de la obra pueden ser razones suficientes para que a uno se le escapen de las manos auténticas maravillas como esa película dirigida por Gavin O´Connor allá por el año 2011 y titulada Warrior.
Es probable que muchos recuerden el filme por haber supuesto una nominación al Oscar para el enorme Nick Nolte, pero Warrior merece un lugar en nuestra memoria por muchos otros motivos. Un veterano de Vietnam (Nolte) abandona el boxeo para trabajar en una fundición de acero. Sus graves problemas con el alcohol han destrozado a su familia, pero llega un momento en que, arrepentido, deja la bebida y decide entrenar a su hijo más joven para que participe en un torneo de artes marciales, en el que también participará su hermano mayor.
Sobre el papel, parece que lo que tenemos es una cinta convencional de boxeo. De hecho, esa es la base que el director y guionista toma para empezar a construir algo mucho más grande. Partiendo del perfil del luchador, la trama se va revistiendo de una humanidad profunda. Las peleas físicas son lo de menos en este conmovedor relato en el que la lucha es interna. La sangre del rostro no importa, ya que estos personajes se desangran por dentro.
Cuando todavía intentaban hacerse un sitio entre los más grandes, Tom Hardy y Joel Edgerton saltaban a la jaula de combate para dejar claro que el futuro estaba en sus manos. Hoy son dos de los actores más respetados de la industria. Sólo dos fuerzas de la naturaleza como ellos podían estar a la altura de un Nick Nolte soberbio. Warrior es parada obligada para cualquier amante del cine.