Nueva York, 1863. La ciudad está dominada por la corrupción política, y la guerra entre bandas provoca muertos y disturbios. En este contexto, el joven inmigrante irlandés Amsterdam Vallon (Leonardo DiCaprio) quiere vengarse de William Cutting, “Bill el carnicero” (Daniel Day-Lewis), el hombre que mató a su padre (Liam Neeson).
Han pasado 15 años, pero la llama sigue sin convertirse en incendio. La película que el gran Martin Scorsese llevaba planeando desde su más tierna infancia será recordada por el colectivo como la cinta que perdió diez premios y como la película de casi tres horas que no sabe hacia donde camina. ¿Es justo? Probablemente no. Si el bueno de Martin sabe de dos cosas esas son “gangsters” y “cine”. En este caso, el genial director reconstruye ladrillo a ladrillo la tierna infancia de la ciudad de Nueva York con sus claros y sus numerosas miserias. El aroma que se desprende a cine inmortal desde el primer fotograma es motivo suficiente para considerar a esta enorme red tejida por Scorsese como una de las grandes joyas de los últimos veinte años. Gangs of New York es crema.
Tres actos en los que el director nos lleva a los puntos emocionales que pretende con apabullante soltura. A ello se una una puesta en escena impecable y la legendaria interpretación de ese monstruo de la pantalla llamado Daniel Day-Lewis. Por si no fuese suficiente, Leonardo DiCaprio cruzaba su camino por vez primera con el bueno de Marty, dando lugar a la primera colaboración de una de las parejas artísticas más gloriosas del cine.
Día a día la película va ganando adeptos empeñados en ponerla donde merece. Es una lástima que no sean legiones los cinéfilos que corran a defender al filme en cualquier foro, ya que Gangs of New York es una obra maestra que no merece caer en el olvido.