Nadie puede poner en duda que se trata de una de las cintas más poderosas de la historia del cine. Cierto es que hablamos de una cinta relativamente reciente (1995), pero que ha marcado a una generación de público y cineastas. Con Seven llegaba el salto de calidad en la carrera de David Fincher, probablemente el mejor director de las últimas dos décadas. El realizador estadounidense convertía el magnífico guión de Andrew Kevin Walker en una obra enfermiza, claustrofóbica e hipnótica, mostrando con claridad muchos de los rasgos por los que hoy es claramente reconocible.
Hemingway escribió una vez: “El mundo es un lugar por el que merece la pena luchar…”
Sólo estoy de acuerdo con la segunda parte.
La oscuridad de ese mundo implacable en el que se desarrollaba la historia va extendiéndose por los personajes hasta llegar al propio espectador. La estremecedora dirección de fotografía y arte de la cinta suponían un ingrediente más de los que convierten a la película en un manual de cine con mayúsculas. Del mismo modo Morgan Freeman y Brad Pitt cuajaban las mejores interpretaciones de sus brillantes carreras en una cinta estremecedora de principio a fin y que devolvía la dignidad al género policiaco. Seven era otro rollo.
La carrera del teniente Somerset (Morgan Freeman), del departamento de homicidios, está llegando a su fin y sus superiores ya le están buscando recambio. El elegido para reemplazarlo es el impulsivo detective David Mills (Brad Pitt), un joven que acaba de llegar a la ciudad junto a su adorable esposa Tracy (Gwyneth Paltrow). Todas estas cuestiones quedan a un lado cuando un complicado caso obligue a ambos a trabajar codo con codo para su resolución.
Una serie de asesinatos tienen en vilo a la ciudad. Un psicópata está actuando tomando como base la relación de los siete pecados capitales: gula, pereza, avaricia, soberbia, lujuria, envidia e ira. Cada nuevo cuerpo encontrado muestra torturas cada vez más crueles como castigo a las víctimas por haber mostrado en vida comportamientos afines a alguno de los mencionados pecados capitales. Poco a poco, el teniente Somerset y el detective Mills irán obsesionándose con la captura de un asesino que les va arrastrando a un salvaje y macabro juego que parece no tener fin.
Se ve que David Fincher consideró que no era suficiente marcarse la que, para muchos, es la mejor película de los 90. El director decidía sacarse de la manga un final doloroso como una puñalada en el estómago: Nos encontramos en los últimos minutos de película. El teniente Somerset y el detective Mills se disponen a entrar en el último juego preparado por el asesino. No hay nada en kilómetros a la redonda. Se encuentran en una vasta extensión de tierra yerma. Un mensajero llega en su furgoneta. Les entrega un paquete. A partir de ese momento, se precipita un final que pasará a la posteridad como uno de los mejores de la historia del cine, pese a traumatizar a millones de personas. Enorme Seven.
¿Hablamos de la década de Uno de los nuestros, Pulp Fiction o la Lista de Schindler, verdad? Es que ya me han entrado dudas con este clickbait.