El talento no tiene que ser algo que se herede, pero en este caso podríamos estar ante una de esas raras veces en que así sucede. A sus casi 50 años Luke Scott decidía que era el momento de dar el gran salto. Tras varios trabajos como director de la segunda unidad en películas de su padre, el hijo del mismísimo Ridley Scott optaba por lanzarse a la piscina con Morgan , su primer largometraje.
Quienes albergasen alguna duda, seguro que lo tienen claro después de ver la película: hay talento a raudales. Parece que Luke es digno sucesor de Ridley Scott, hasta el punto de que su primera obra es, como no podía ser de otra forma, ciencia ficción. Una compañía tecnológica crea una inteligencia artificial, sin ser conscientes de su verdadero potencial. Cuando las cosas comienzan a salirse de su control, deciden contratar a una especialista para determinar si acabar con la criatura o mantenerla encendida.
Con ese caldo de cultivo arranca un filme que sorprende en lo audaz de su propuesta. Muchas veces, todos cometemos el infeliz error de creer que la ciencia ficción se maneja en el campo de lo lúdico. Morgan existe para recordarnos que el hecho de hablar de una inteligencia artificial como centro de su argumento puede llevarnos a un profundo viaje cuyo destino es el conocimiento de la condición humana en la divina e impertinente ambición de la pura creación. Moralidad y suspense conviven en un filme de acaba pulcro que cualquier debutante envidiaría. Ciencia ficción de la buena por cortesía de HBO.