Inglaterra, siglo XIX. En plena Era Victoriana, el gobierno inglés vive dominado por el pánico porque no sabe cómo frenar un diabólico plan, cuyo objetivo es conseguir el dominio del mundo. La única solución para desmantelar el maquiavélico proyecto es contratar a los más grandes aventureros: Allan Quatermain, el doctor Henry Jekyll, el Capitán Nemo y Dorian Gray. Seguro que ya sabéis la película que reclama nuestra atención hoy.
Pocas veces un título había conseguido generar tan encontradas sensaciones. Si oímos hablar de La liga de los hombres extraordinarios, automáticamente se nos viene a la mente la sensacional serie de cómics creada por Alan Moore. Sin embargo, un regusto amargo nos recorre el paladar cuando evocamos las casi dos horas del metraje de su adaptación cinematográfica.
Pese a lograr una taquilla considerable (costó 78 millones de dólares y recaudó 179), lo cierto es que La liga de los hombres extraordinarios se convertía en un trabajo tan esperado, como fallido. La película se convertía en una irregular y desacertada adaptación del cómic, lo que ya resultaba suficiente afrenta. Pero además, el filme se convertía en el final de la carrera de un grande como Sean Connery.
Harto de enlazar proyectos de escasa categoría, el legendario intérprete escocés quemaba su última bala con un proyecto que tendría que devolverle la ilusión en el cine, pero que terminaba por generar un efecto radicalmente distinto. Los guiones que llegaban a casa de Sean Connery eran cada vez peores y, con La liga de los hombres extraordinarios, el ganador del Oscar optaba por decir adiós a las cámaras.
Mucho ha llovido desde aquel 2003, pero no podemos ocultar que todavía mantenemos la ilusión de ver el regreso del enorme Connery.