Habían pasado unos años desde Superman, pero el cine de superhéroes resucitaba. El Batman de Tim Burton suponía toda una revolución dentro del género. Una cinta realmente buena, con sello propio y adorada por el público. No es de extrañar que muchos quisiesen aprovechar el tirón, incluida la competencia.
Pese a la enorme cantidad de personajes ilustres, las viñetas de Marvel todavía no habían dado un salto decente a la gran pantalla. Sin embargo, parecía que la ocasión era ideal para lanzarse con la llegada de uno de los más famosos superhéroes de la compañía: Capitán América. En proyecto arrancaba impetuoso, tratando de fichar a grandes estrellas. El mismísimo Arnold Schwarzenegger estuvo a punto de subirse al barco, pero pronto se dio cuenta de que aquello no pintaba demasiado bien. Así, el rol protagonista terminaba en manos de un Matt Salinger que terminaba liderando una infamia de proporciones épicas.
Portovenere (Italia), 1936: tras presenciar la matanza de su familia, Tadzio De Santis, un niño-prodigio, es sometido a crueles experimentos por los científicos de Hitler y Mussolini. La Dra. Vaselli, que participaba en esos experimentos, decide desertar y huir a América… California (USA), 1943: Steve Rogers, un joven con polio, se presenta como voluntario para un experimento militar que le convertirá en el primero de un ejército de super-soldados. Después de que la Dra. Vaselli (quien dirigía este proyecto americano) sea asesinada por un espía nazi, Steve Rogers adoptará la identidad del Capitán América y viajará a la Europa ocupada por el Eje. Ahí no solo deberá combatir a los nazis y sus nuevas armas secretas, sino que enfrentará al antiguo Tadzio De Santis, hoy convertido en un super-soldado fascista: se trata de su diabólica némesis, el agente nazi Cráneo Rojo.
Así se presentaba la infame Capitán América de 1990, una película que luce así de grotesca.