Cuando te metes con una leyenda, más te vale andar con pies de plomo. Cuando haces una película, siempre existe un importante riesgo de que la cosa no salga como deseas y que te pongan a caldo. En cualquier caso, nada comparado con el reto de llevar a la gran pantalla a los personajes que marcaron la infancia de millones de personas alrededor de todo el mundo. Van a estar atentos a cualquier desliz, por bien que salga todo. Por eso, lo de los creadores de Dragonball Evolution solo puede tacharse de inconsciencia.
La película lanzada en 2009 contaba la “épica” aventura de un joven que descubre su destino: salvar al mundo de las fuerzas malvadas. Como regalo de su dieciocho cumpleaños el revoltoso Goku recibe una misteriosa Bola de Dragón. Sólo existen seis más y se dice que al unir las siete cualquier deseo puede ser concedido a quien las posee.
Después de que generaciones y generaciones de niños del mundo (y no tan niños) creciésemos con las aventuras de Goku y compañía, el director James Wong nos prometía la adaptación cinematográfica que tanto tiempo llevábamos esperando. Hablar de ridícula adaptación sería injusto, dado que cualquier parecido con los dibujos de Toriyama es mera coincidencia. Nada. Absolutamente nada es lo que se salva en esta auténtica infamia.
Escapad de Dragonball Evolution y seguid disfrutando un bocadillo de nocilla mientras veis la serie animada: Uno de los mayores placeres del aquí firmante.