Nos las prometíamos muy felices. Después de seis películas en compañía de mi Milla Jovovich, el paladar nos pedía Resident Evil en su pura esencia. Y es que, a pesar de que la saga cinematográfica era bastante disfrutable, el terrorífico espíritu de los videojuegos nunca era atrapado como cabía esperar. Así, el reboot anunciado hace más de un año provocaba que nuestras ilusiones se disparasen.
La que fue una pujante ciudad sede del gigante farmacéutico Umbrella Corporation, Raccoon City, es ahora un pueblo agonizante del Medio Oeste. El éxodo de la compañía dejó a la ciudad convertida en un erial… con un gran mal gestándose bajo la superficie. Cuando ese mal se desata, un grupo de supervivientes deben unirse para destapar la verdad detrás de Umbrella y sobrevivir a la noche.
Con este argumento tan evocador de los videojuegos, nos encontrábamos una propuesta ilusionante en su intención y en el propio inicio de la película. Tanto personajes como decorados provocaban que empezásemos a salivar a lo grande. Desgraciadamente, las buenas intenciones de Johannes Roberts se quedaban en eso, en buenas intenciones.
Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City quieres ser tan fiel a los videojuegos que termina por convertirse en un videojuego con personajes de carne y hueso. La lógica narrativa empieza a sucumbir ante lo que más bien parece unas fases que vamos cubriendo. Incluso alguno de los puzzles del videojuego se muestra sin rubor alguno. Poco nada de desarrollo en un batiburrillo de personajes con los que no se llega a desarrollar empatía de clase alguna. Al final, Resident Evil: Bienvenidos a Racoon City se convierte en un experimento tan fallido como los de Umbrella. Lástima