Qué tiempos aquellos… Durante ocho temporadas, Juego de Tronos se convertía en el mayor fenómeno de la historia de la televisión. La serie de la HBO nos volaba la cabeza con esa lucha por hacerse con el Trono de Hierro. Intrigas, traiciones, conspiraciones… Los mejores momentos de la serie siempre llegaban al apostar por esos elementos. Cierto es que muchos se quedarán con el ruido de las batallas, pero lo rico de Juego de Tronos era esa tensión permanente y el no saber cuando una daga acabaría en tu espalda.
Finalizada la guerra en Poniente, todos sentíamos un vacío enorme. Lo curioso es que la HBO ya había empezado a ofrecernos sustituta sin que nos diésemos ni cuenta. Succession era Juego de Tronos, pero con otra cara.
Es, sin lugar a dudas, una de las apuestas televisivas más audaces de los últimos tiempos. Al hablar de la HBO se nos suele olvidar mencionar series del calibre de Succesion. Y es que cuando el epicentro de una serie son el poder y la condición humana, parece que todos nos volvemos más reticentes. Sin dragones, la cosa llama menos. Pero eso es porque todavía no habéis visto echar fuego a esta gente.
Parece imposible hablar de Succession sin mencionar a Shakespeare. Y es que tenemos a un magnate de Wall Street llamado Logan Roy (Brian Cox) rodeado de familiares que esperan ansiosos el momento de la sucesión. Sin embargo, el hombre no ve más que peligro en unos hijos disfuncionales y a los que ve incapaces de tomar las riendas del emporio. Así, a base de diálogos cargados de veneno y mala baba, Succession va arrastrándonos sin contemplación. El puesto de Logan es el Trono de Hierro.
¿Quién acabará en el “trono”? Con ese punto de partida se desarrolla una serie capaz de diseccionar sin piedad alguna la condición humana. Choque frontal con la realidad, estamos ante una sátira de esas que te tienen con media sonrisa en la boca todo el tiempo. Cualquier cosa en cualquier momento puede ocurrir en Successión, una maravilla de las que no se ven todos los días.