Lo que ha ocurrido con el bueno de Will resulta absolutamente incomprensible. Tiene un talento inmenso, no le faltan ofertas para grandes películas y el público le adora. Todo ello cristalizaba en casi quince años convirtiendo en rotundos éxitos de crítica y público cada uno de sus estrenos. Cualquier película en la que apareciese Will Smith triunfaba. Esa era la regla y no existía ninguna excepción. Nadie le discutía el título de actor más rentable de Hollywood.
Pero, de la noche a la mañana, uno de los elementos de la ecuación daba un giro radical. Su talento seguía siendo incuestionable, las ofertas seguían lloviéndole y el público continuaba amándole, pero dejaba de ver sus películas. Desde aquel 2008 en el que Siete Almas y Hancock lo petaban, el camino descendente comenzaba.
Son muchos los que fijan en After Earth el primer momento de su declive, pero la realidad es que se está pasando por alto un detalle. Y es que en 2008, su último gran año de taquillazos, el actor firmaba un filme en el que perdía por primera vez el favor de la crítica.
Apostando por la historia de un superhéroe de lo más gañan, Will Smith se plantaba en las pantallas de todo el mundo con Hancock. A la crítica no le entusiasmaría demasiado la mezcla de superhéroes, comedia y drama, lo que le otorgaría al filme un 61% de críticas negativas. La cosa es que, por aquel entonces, Will Smith era el niño mimado de las taquillas, lo que dispararía a Hancock hasta unos impresionantes 624 millones de dólares. Sin embargo, aquel fue el comienzo de una larga crisis de la que ahora promete salir con El método Williams. La cosa huele a Oscar.