Pocas o ninguna ha dado el cine como ella. Meryl Streep es una de esas actrices capaces de hacer bien cualquier papel. Desde hace décadas, cada vez que se deja caer por la gran pantalla, el resultado es un trabajo interpretativo de un nivel tal que nos arrolla a todos. El talento de Meryl Streep roza lo infalible, porque incluso ella tuvo escaso ojo a la hora de embarcarse en un proyecto convertido, a la postre, en el peor de su trayectoria.
Era el año 1993 y Meryl Streep estaba ya en racha triunfal. Un camino repleto de éxitos que tendría una pequeña parada en La Casa de los espíritus. La sensacional novela de Isabel Allende prometía convertirse en un exitazo inapelable. Para colmo, Glenn Close y Jeremy Irons flanqueaban a Streep en una cinta que pronto se revelaba como un grave error.
Todos los ingredientes parecían los adecuados para convertir en una gran película la sensacional novela, pero nada salía según lo esperado. Lo más sorprendente resultaba ver a la siempre perfecta Meryl Streep en un papel que no le pegaba ni con cola. Demasiado mayor para dar vida al personaje de la clarividente Clara, la grandísima Meryl firmaba el único patinazo de su carrera. Eso sí, tan excepcional como para considerarse anecdótico.