Es, sin lugar a dudas, una de las grandes películas de los 90. Hablad de El Club de la Lucha es hablar de una joya del cine moderno. David Fincher confirmaba en 199 que lo de Seven no había sido coincidencia. Había nacido un excelso director y esta era la prueba definitiva.
Un joven hastiado de su gris y monótona vida lucha contra el insomnio. En un viaje en avión conoce a un carismático vendedor de jabón que sostiene una teoría muy particular: el perfeccionismo es cosa de gentes débiles; sólo la autodestrucción hace que la vida merezca la pena. Ambos deciden entonces fundar un club secreto de lucha, donde poder descargar sus frustaciones y su ira, que tendrá un éxito arrollador.
Cuando la gente veía un cartel con Brad Pitt y Edward Norton como protagonistas, todos acudían felizmente a comprar su entrada. El Club de la Lucha prometía arrasar con semejante tándem protagonista. Sin embargo, los espectadores pronto detectaban que aquello no era lo que parecía.
El problema era que la cinta resultaba de una radicalidad en sus formas y una profundidad en su esencia poco aptas para el público en general. Cierto es que hoy es filme de culto y una de las cintas más aclamadas del cine moderno, pero rara era la sala de cine que no veía como varios espectadores abandonaban El Club de la Lucha en plena proyección. El robo de la grasa suponía el límite a la tolerancia de un público que no estaba preparado para aquello.