El cine no sería lo mismo sin esta auténtica obra maestra. En el año 1993, Steven Spielberg era considerado por la crítica como un director de entretenimiento (como si fuese poco decir). A pesar de filmes como El color Púrpura o El imperio del sol, lo cierto es que no terminaba de tomársele tan en serio como merecía. Entonces llegaba una de las películas más gloriosas del cine: La Lista de Schindler . Y es que el retrato de la Alemania Nazi que se marcaba el excelso director es de esos que dejan a uno noqueado. Un filme que giraba alrededor de la ya emblemática figura de Oskar Schindler, el tipo que salvó 1.200 vidas.
Fueron unos tiempos de terror y vergüenza. Los nazis se dedicaban a aplicar sus ya famosas políticas de exterminio contra ciertos colectivos. Millones de judíos eran eliminados o terminaban con sus huesos en campos de concentración, lo que solía tener un desenlace igualmente dramático. No obstante, en medio de toda esa infamia, la figura de Oskar Schindler emergía poderosa como la de un salvador para centenares de judíos. Una historia digna de contar y que Spielberg narraba a la perfección, pero que iba mucho más allá.
Oskar Schindler era mujeriego y frívolo. El único objetivo que tenía era el de subir escalones en la alta sociedad del momento. Cuando elaboró su lista de nombres de judíos para emplearlos en su fábrica, ya podéis apostar que su único objetivo era el de explotar la barata mano de obra que suponían todos ellos, así como también evitar acabar con sus propios huesos en el frente. No obstante, si en algo coincidían después de aquellos tiempos todos y cada uno de los 1.200 judíos salvados por Schindler era en que Cada día iba cambiando su percepción del mundo.
Oskar Schindler empezó a darse cuenta de la terrible situación que vivía el pueblo judío. Así, lo que empezó con fines bien distintos, terminaba por convertirse en una lucha por la salvación de personas. Un camino en el que incluso llegaba a jugarse la vida. De hecho, al finalizar la Gran Guerra, Schindler se había gastado su fortuna en suministros para los trabajadores judíos y en pagar incontables sobornos para protegerlos. En cualquier caso, era miembro del del partido nazi, por lo que se vio obligado a huir. Muchos judíos firmaron entonces una declaración para que no se le considerase criminal de guerra, lo que les permitió a él y a su esposa alcanzar las líneas Estadounidenses.
A partir de ahí, una ruina tras otra , negocios quebrado, petición de dinero a comités judíos por sus gastos durante la guerra… En los últimos momentos de su vida, su sustento fueron las donaciones de los “Judíos de Schindler”. Oskar Schindler fallecía el 9 de octubre de 1974, a los 66 años. Sus restos eran llevados entonces al cementerio del Monte Sion de Jerusalén, convirtiéndose en el único nazi enterrado en tan sagrado lugar para el pueblo judío. Su azaña bien lo merecía.
Hazaña sin h. No lo,puedo creer!