Por mucho esfuerzo que le pongamos, nos cuesta verlo. En la industria del cine y la televisión, la nostalgia se ha convertido en el mejor de los negocios. Cada vez son más los proyectos en su día exitosos que vuelven en forma de remake, reboot o secuela. Y no es que nosotros seamos unos puristas. De hecho, siempre hemos pensado que cada generación merece su versión de alguna de las historias más emblemáticas jamás creadas. Que funcionen o no, eso ya es otra cosa.
Si un proyecto nos ha causado particular estupor es el de Gladiator 2. Hace más de un año, Ridley Scott decidía darle luz verde a la secuela de una de las películas más emblemáticas e idolatradas de la historia del cine. Casi 25 años después de su estreno, el director decidía volver a la arena del Coliseo de Gladiator. Nadie duda del talento de Ridley Scott. Estúpido sería lo contrario. Lo que pasa es que nos cuesta sacudirnos la sensación de que va camino de cometer un error. Muchos son los fans de Gladiator, una cinta que ganaba el Oscar en su día. Y la realidad es que cuesta mucho imaginar que esa historia autoconclusiva de venganza y casi redención pueda vivir con el oxígeno adecuado sin Máximo Décimo Meridio, sin Russell Crowe o sin Joaquin Phoenix.
Seguro que tiene un plan interesante. No cabe duda de que los mejores profesionales trabajarán para que Gladiator 2 no decepcione. Fichajes como el de Paul Mescal (Aftersun) despiertan cierto gusanillo, pero la sensación es la de que nada va a ser suficiente. Por mucho que se intente, el agravio comparativo resultará lapidario.
Puede que Ridley Scott nos cierre la boca. No conviene descartar la posibilidad de que Gladiator 2 sea un peliculón en toda regla. El problema es que no dejamos de pensar que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.