La estrechez de miras se ha convertido en una enfermedad de difícil tratamiento. A lo largo de la historia hemos asistido a incontables movimientos dignos y necesarios. Luchas por derechos que han sido encarnizadas y a grandes costes, pero que han contribuido a generar sociedades cada vez más justas. Desgraciadamente, en estos tiempos en los que cualquiera puede lanzar su opinión gratuita al mundo desde la plataforma de una red social no son pocas las mentes flacas que deciden llevar esas honorables guerras al terreno del absurdo.
Vivimos días de revisionismo y de cultura de la cancelación. Hasta el último de la fila se encuentra con otros cuatro corruptos intelectuales para juntarse en un pequeño grupo de presión capaz de lanzar proclamas desaforadas sin ton ni son. Si por algo se caracterizan estos sujetos es por esgrimir con orgullo sus dedos acusadores. ¿Acusadores de qué? Pues de lo que sea. Son los mismos dedos que señalaron que la obra del inmenso Roald Dahl podía herir sensibilidades o que apuntaron que Lo que el Viento de Llevó se mostraba cordial con el racismo. Censores del arte o de lo que se ponga por delante, empeñados en encerrar en una oscura mazmorra la libre expresión del artista.
Precisamente en esta línea empezaron a aparecer las primeras críticas a la escena de Loretta en La vida de Brian. Se pretendía hacer desaparecer el momento en cuestión en el que el personaje de Eric Iddle pide que se le trate como una mujer y ser madre. La enésima muestra de audacia de los Monty Python, un grupo de cómicos que siempre supo hilar más fino que cualquiera. Por suerte, los humoristas se han cerrado en banda ante tal posibilidad, algo que nunca podremos dejar de agradecerles.
Resulta curioso que una película estrenada en 1979 y que tomaba como epicentro una sátira del cristianismo se enfrente a estas cosas en 2023. Después de décadas enfrentándose a todo tipo de intento de censura, no deja de sorprender que su auténtica amenaza llegue ahora en forma de idiotas ofendiditos casi 45 años después. Revisionistas tiránicos ante los que sólo cabe una terapia de choque: ser cada vez más libres. En Alucine, siempre en el barco de los Monty Python y de los artistas empeñados en poner patas arriba el mundo.