Hungría se ha convertido en la gran vergüenza de Europa. Desde que Viktor Orban llegase a la presidencia, los derechos y las libertades ido sufriendo un deterioro progresivo hasta entrar en el terreno de la pura amenaza. Y es que, en pleno siglo XXI, lo que está pasando en Hungría es para que sus ciudadanos empiecen a darle una pesadita.
La censura es cada vez más intensa el suelo húngaro. Y particularmente afectado está siendo el colectivo LGTBI. ¿La última? Multar a una librería con 32.000 euros por la venta del la obra de Hearstopper, de Alice Oseman . Y es que su temática se considera inaceptable, hasta el punto de ser perseguida de forma vehemente en pro de lo que se define como una “recuperación de valores tradicionales”, pero que simplemente oculta la persecución de diversidad y pluralidad de todo tipo, particularmente sexual.
Vale que la soberanía de los países miembros ha de ser respetada en tanto en cuanto a los principios propios de la Unión, pero no se puede negar que los valores superiores sobre los que se constituyó la Unión Europea están siendo amenazados en suelo de Hungría. No parece aceptable que Europa siga aceptando según qué cosas. Lo de Hearstopper no es más que otro ejemplo de la vergüenza. Estas cosas tienen que parar.
Bien por Hungría, el único país que está luchando contra las políticas enfermas del resto de la comunidad europea.