Año 1995. Kevin Costner es la gran estrella masculina del cine. Todo lo que toca se convierte en un éxito sin paliativos. Películas como J.F.K., Los Intocables de Eliot Ness o Campo de Sueños creaban al aclamado actor, mientras que bailando con Lobos le daba el Oscar al Mejor Director y a la Mejor Película. Por si no fuese suficiente, el estreno de El Guardaespaldas provocaba el nacimiento del icono sexual. Nadie podía imaginar que todo estuviese a punto de irse al garete con Waterworld.
Los casquetes polares se han derretido y toda la Tierra está cubierta de agua marina. Los hombres sobreviven en plataformas flotantes y su principal ocupación es la búsqueda de agua dulce, el bien más preciado. Entre ellos circula una leyenda según la cual en algún lugar existe tierra firme. Un viajero errante y solitario que vive del trueque, llega un día a un atolón de chatarra y vende tierra a sus moradores, pero cuando éstos descubren que es un híbrido, mitad pez y mitad humano, lo condenan a muerte.
Con ese argumento, todo estaba servido para un nuevo exitazo en la carrera de Kevin Costner. La inversión en el filme sobrepasaba los 200 millones de dólares y a todos nos quedaba una sensación descomunal de fracaso. Cierto es que esta especie de “Mad Max” versión húmeda dista mucho de ser la octava maravilla del mundo, pero todo es correcto y francamente entretenido en una película injustamente defenestrada. Pude que todo se deba a una cuestión de expectativas, pero lo cierto es que la carrera de Costner quedaría eternamente marcada por un filme que, sin embargo, incluso hacía rentable la inversión con una recaudación en taquilla de 409,6 millones de dólares.
Afortunadamente, parece que el tiempo está haciendo que, más de veinte años después, Waterworld alcance un nivel cercano a película de culto. Por nuestra parte, nosotros confesamos que no nos disgusta nada.