Nota: 6
Uno es uno y sus circunstancias, siendo gran parte de sus circunstancias su casa. Cuando atravesamos la puerta de nuestra vivienda automáticamente entramos en una república de absoluta soberanía propia. Ahí es donde pasamos las alegrías y las penas. Donde escondemos las vergüenzas. La intimidad más pura, a la que solo se deja acceder a un grupo reducido de personas con el estatus de “invitadas”. Eso sí, el paseo que se les permite por nuestros ecosistemas es de interacción limitada. Conviene dejar las cosas tal y como están.
La premisa El Cuco ya incómoda desde el primer instante. Intercambiar durante varios días tu casa con la de unos extraños. Aceptar ceder soberanía a cambio de que te la cedan. Marc (Jorge Suquet) y Anna (Belén Cuesta), embarazada de ocho meses, pasan sus vacaciones de una forma distinta en esta ocasión. Han decidido que van a intercambiar su casa por unos días con Hans y Olga, una pareja de jubilados alemanes que han conocido a través de una web. Un plan aparentemente encantador, pero que se torna en una decisión francamente equivocada.
El Cuco es una de esas cintas con la inmensa virtud de atraparnos en su clima. Todo es inquietante en una película que nos recuerda por enésima vez que Mar Targarona es una excelente directora. La responsable de Secuestro o El fotógrafo de Mauthausen muestra una enorme facilidad para la construcción visual. Un atractivo constante que nos arrastra al interior de una historia resultona, pero a la que se le ven las costuras en alguna ocasión.
La realidad es que El Cuco no siempre se mueve por los caminos narrativos más adecuados, pero tampoco patina gravemente. La angustia creciente en compañía de Belén Cuesta es más que suficiente para pasar un buen rato (o malo, según se mire). Lástima de esa sensación constante de que la película está a punto de romper hacia arriba en muchos momentos, lo que no termina de suceder. Un camino que culmina en un cierre que no termina de convencer, a pesar de lo arriesgado. Así, El Cuco se convierte en un ejercicio cinematográfico disfrutable y que nos viene a recordar que hay que seleccionar bien a las personas que dejamos entrar en nuestra intimidad.
Héctor Fernández Cachón