Poco o nada queda del espíritu de los dos grandes éxitos del cine español. Hablar de lo que significa Ocho apellidos vascos en nuestro cine resulta casi innecesario. La película de Emilio Martínez-Lazaro y la secuela de Ocho apellidos catalanes reventaban las taquillas españolas de una forma nunca vista. Cintas cargadas de comicidad, encanto y ternura que se metían en el bolsillo a propios y extraños. Algo que ni de lejos ocurre con la fallida Ocho apellidos marroquís.
Esta nueva película ni tan siquiera surgió como tercera entrega de la saga. La licencia se negociaba de forma posterior. Algo que puede funcionar como maniobra de marketing, pero que no oculta los serios problemas de una cinta en la que no existe nada de la esencia de los otros dos filmes. Ni los personajes funcionan como aquellos inolvidables de ocho apellidos vascos, ni existe la suficiente mala baba como para divertirnos realmente. Tanto se pretende no ofender a nadie que se cae en la irrelevancia a los pocos minutos de película.
Carmen (Elena Irureta) quiere cumplir la última voluntad de José María, su marido y patriarca de la familia: recuperar el ‘Sardinete’, el primer pesquero de su flota, que se encuentra anclado en un puerto marroquí. En su viaje de Cantabria a Marruecos, la acompañarán su hija Begoña (Michelle Jenner) y el ex de esta, Guillermo (Julián López), desesperado por recuperar su amor. Entre choques culturales descubrirán además el gran secreto de José María: Hamida (María Ramos), su otra hija.
Con ese argumento aterrizaba en nuestros cines Ocho apellidos marroquís, una película que ni remotamente ha conseguido resucitar el espíritu de Ocho apellidos vascos. Lástima.