El séptimo arte no está exento de “iluminados” a los que se les ocurren ideas de bombero. En más de una ocasión hemos conocido historias de rodajes horribles a consecuencia de decisiones difíciles de explicar. Eso sí, pocas salvajadas se pueden comparar a la del rodaje de Roar.
En el año 1981 a Noel Marshall le apeteció ponerse detrás de las cámaras para una película que, a priori, no tenía un argumento muy allá. La historia nos acercaba a la figura de Hank un zoólogo que comparte con sus amigos una casa junto a un lago africano. El matiz es que los amigos de Hank son todos grandes felinos como leones, tigres, leopardos y similares. Una existencia placentera que se torcerá en el momento en el que su familia decide abandonar Estados Unidos para trasladarse a vivir con él.
El rodaje de Roar fue un auténtico cuadro. Lo cierto es que Noel Marshall decidía que el alegato ecologista de El gran rugido (así se tituló en España) se filmase con varias decenas de grandes felinos reales pululando por el set. Incluso su mujer Tippi Hedren, protagonista de la película, y la pequeña hija de ambos Melanie Griffith, tenían que caminar entre los bichos.
Muy concienciados con lo que vieron en África, Noel Marshall y Tippi Hedren empezaban a adoptar y a rescatar grandes felinos desde 1970. El rodaje de Roar comenzaba en 1976 y se extendía hasta 1981 porque, francamente, su cariño por los animales se les iba de las manos. Absolutamente todos los involucrados en el rodaje terminaban sufriendo lesiones por parte de los animales. Zarpazos y mordiscos realmente graves como uno sufrido por Tippi Hedren en su cabeza o el de una pequeña Melanie Griffith que incluso necesitaba cirugía de reconstrucción en su cara.
Roar terminaban convertida en un descomunal fracaso de taquilla al invertir 17 millones de dólares, pero recuperar solo 3. Eso sí, el paso de los años terminaba convirtiendo en película de culto una cinta que, probablemente, sea la más peligrosa jamás rodada.