Javier Ruiz Caldera, que ya nos había acostumbrado a la comedia gamberra (Spanish Movie, Anacleto: Agente secreto) y a la fantasía pop (Superlópez), da un giro radical para entregarnos una historia íntima y tierna con Wolfgang (Extraordinario). Un relato familiar que, sin dejar de lado ciertos toques de humor, se sumerge en terrenos mucho más serios y emocionales. Basada en la novela homónima de Laia Aguilar, la cinta se convierte en una de las apuestas más amables y reflexivas del cine español de 2025, ideal para ver con los peques… y con un par de pañuelos cerca, por si acaso.
Wolfgang es un niño de diez años, con Asperger y un cerebro prodigioso, que podría rivalizar con el mismísimo Mozart al piano (y de ahí, claro, el nombre que eligió su madre). Pero por mucho que controle los números primos o memorice partituras imposibles, hay algo que se le escapa: la muerte de su madre. Y aquí arranca el viaje emocional, cuando Wolfgang tiene que mudarse con Carles, el padre al que nunca conoció, un actor frustrado que aspira al cine pero sobrevive sirviendo cafés en una serie de tercera. Miki Esparbé, que interpreta a este padre despistado, pero entrañable, se lleva de calle las escenas más emotivas, componiendo un personaje que crece a medida que avanza la película. Lo suyo es un proceso de maduración a la inversa: mientras su hijo se enfrenta a una pérdida irreversible, él debe aprender a ser padre de golpe… y sin manual de instrucciones.
Jordi Catalán, que encarna al pequeño Wolfgang, hace un trabajo excepcional, sin caer en la trampa del niño sabelotodo que acaba resultando pedante. Aquí no hay dramatismo impostado ni subrayados innecesarios. Javier Ruiz Caldera maneja el tono con cuidado, ofreciendo un drama ligero, sin subestimar al espectador infantil, pero evitando convertir el asunto en un sermón lacrimógeno.
Sí, hay diálogos que parecen sacados de una taza de Mr. Wonderful (“Siempre hay segundas oportunidades”, “La verdad siempre encuentra su camino”), pero encajan en una película que quiere lanzar mensajes positivos sobre el duelo, la reconciliación y el valor de la verdad. Sin embargo, no se puede evitar que algunas situaciones resulten un poco artificiosas o demasiado bienintencionadas. Y, aunque los secundarios cumplen, el personaje de la profesora de piano/psicóloga (doble función por el mismo precio) no termina de despegar.
La relación entre padre e hijo es el verdadero motor emocional del filme, pero no hay que olvidar el alivio cómicoque ofrece Berto Romero en un papel que funciona como el respiro perfecto cuando la cosa se pone densa. Además, hay guiños muy divertidos al cine catalán, cameos de Carlos Cuevas, y hasta un “homenaje” a J.A. Bayona y su L’hospici ficticio que arrancarán sonrisas cómplices a los cinéfilos.
A nivel visual, la película es sobria, sin alardes, pero con un gusto sencillo y delicado. Las escenas en París aportan ese punto de “cuento moderno” que equilibra bien el tono. La música, cómo no, tiene protagonismo, y la banda sonora se apoya en piezas clásicas y temas originales que refuerzan la sensibilidad de la historia sin empalagar.
En definitiva, Wolfgang (Extraordinario) es una película familiar con corazón, que aborda temas difíciles desde la empatía, sin caer en el exceso ni en el infantilismo. Una propuesta cálida, de las que se disfrutan en familia y que, si uno se deja llevar, puede resultar incluso reparadora.