Brad Pitt, tiene una espina clavada en su carrera: “No estuve a la altura”

A principios de los 90, Brad Pitt era una promesa en construcción. Con un físico que derretía cámaras y una sonrisa de “sí, mamá, es actor pero es buen chico”, se abría paso entre papeles pequeños, anuncios y cameos en series como Dallas. Todo cambió tras su aparición estelar en Thelma & Louise (1991), en la que, con apenas minutos en pantalla, convenció a medio planeta de que era una estrella. Ridley Scott lo vio antes que nadie. Pero el verdadero salto llegó con una caña de pescar en la mano y las expectativas de todo un mito sobre sus hombros: Robert Redford lo eligió como coprotagonista de El río de la vida.

La película, ambientada en los años 20 en Montana, contaba una historia tan americana como poética: dos hermanos muy distintos, unidos por la pesca con mosca y una crianza tan severa como espiritual. Brad Pitt encarnaba a Paul MacLean, el hermano carismático, rebelde y trágico, frente a un más sereno Craig Sheffer. Una fábula de redención y pérdida rodada con la elegancia inconfundible de Redford. Todo apuntaba a que sería el primer gran papel dramático de Pitt. Y lo fue… pero no para él.

En una entrevista para Entertainment Weekly en 2011, el actor confesaba lo que muchos no sabían: no quedó nada satisfecho con su actuación. “No creo que yo tuviera la suficiente calidad. Creo que podría haberlo hecho mejor”, sentenció. ¿La razón? Presión. Mucha. Demasiada. “Quizás fue por el peso de interpretar a alguien real, porque la familia estaba presente, o por no querer decepcionar a Redford”. Un cóctel de ansiedad bastante común para un joven actor que, de repente, se encontraba frente a uno de sus ídolos.

Porque sí, Pitt había crecido viendo a Redford, Eastwood, Newman… esos hombres del cine clásico que no solo actuaban, sino que imponían presencia solo con levantar una ceja. Así que la comparación inevitable no le hacía ninguna gracia. “Cada persona quiere encontrar su propio estilo. No quiere que lo consideren un imitador”, decía entonces, con una mezcla de admiración y necesidad de diferenciarse.

Y, sin embargo, aquella película lo cambió todo. El río de la vida fue un éxito de crítica, ganó el Oscar a Mejor Fotografía, y cimentó la reputación de Brad Pitt como mucho más que una cara bonita. No era solo el ligue de Thelma. Era un actor. Uno con dudas, miedos y, como él mismo admitiría años después, “mucho más crítico” consigo mismo de lo que sus fans imaginarían.

Curiosamente, esa humildad temprana —mezcla de respeto y síndrome del impostor— es parte del secreto que ha hecho de Pitt una figura duradera en Hollywood. Puede que él no esté orgulloso de El río de la vida, pero sin ese paso en falso, nunca habría llegado el Pitt que ganó premios, produjo películas valientes y se convirtió, pese a todo, en uno de los pocos actores que sobrevivieron al estrellato noventero sin derretirse.

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